Cayó la primera medalla de oro para Brasil en los Juegos Olímpicos de Río y no hubo fiesta nacional. La judoka Rafaela Silva, criada en la favela Ciudad de Dios, subió a lo más alto del podio en la categoría menos de 57 kilos, logro que hizo vibrar las gradas de la Arena Carioca, pero que no traspasó las paredes de la sede olímpica.
Al caminar por el barrio de Recreio dos Bandeirantes, en el límite de Barra de Tijuca, donde se ubica el Parque Olímpico conocido como el corazón de los Juegos de Río, encuentras desesperanza por los problemas políticos y sociales del país, así como indiferencia hacia la máxima justa deportiva.
Esos barrios que se ubican al lado de zonas residenciales que marcan la gran diferencia entre unos y otros. Los condominios con altos sistemas de seguridad, contrastan con las calles sin pavimentar, casas de lámina, el escaso alumbrado y la gente tomando en las calles después de media noche.
Ahí el espíritu olímpico no vive. Esos caminos que a primera vista te generan miedo e incertidumbre te llevan a los barrios donde la fiesta y percusiones calman la preocupación por la falta de servicios y el nivel socioeconómico.
Ahí, saben que hay Juegos porque aseguran que el gobierno prefirió invertir en la justa, pero no en ellos.
Al dar la vuelta a la calle regresas a las casas grandes e iluminadas, donde la gente regresa con las bolsas conmemorativas con las mascotas de los Juegos de Río 2016, la playera verdeamarela bien puesta, mientras que mujeres y niñas lucen las tiaras de flores que uno encuentra afuera de las competencias.
El espíritu olímpico, al menos en esa zona, vive entre los que pueden acceder a pagar un boleto para estar en las competencias.