El mítico Estadio Maracaná está listo para marcar una nueva era en la historia de los Juegos Olímpicos.
A unas horas de la inauguración de la máxima justa deportiva, la primera en Sudamérica, el emblemático recinto luce esplendoroso en su interior.
Las pruebas de luces, audio, afinación de detalles de las coreografías, de la sala deconferencias y alrededores del inmueble se preparan a unas horas de la magna fiesta.
Al entrar al estadio se puede observar una exposición de fotografías en blanco y negro de los voluntarios, trabajadores del inmueble y demás personal que hacen posible los Juegos Olímpicos de Río.
Pero afuera, la realidad es distinta. Los cariocas no viven con la misma pasión el certamen cuatrienal, a otros ni siquiera les interesa.
En los alrededores, algunos aprovechan la distracción de los turistas para robar un objeto valioso o pedir dinero.
En grupo, niños y adolescentes piden que les saquen una fotografía. Ellos posan sonrientes mientras tienen oportunidad para arrebatar lo deseado, echarse a correr y escabullirse entre las calles.
“Aquí no matan. Sólo te quitan las cosas y corren”, asegura un ciudadano en ‘portoñol’, mezcla de portugués y español.
La ‘Cidade Maravilhosa’ recibe con los brazos abiertos a los miles de visitantes que cumplen el sueño olímpico y que a su vez no brinda ni un poco de esperanza para su pueblo.