Un pletórico Estadio Azteca no daba crédito a lo que acababa de ocurrir la tarde del 9 de julio de 1972. Sobre el empastado, una aplastante Máquina Celeste acababa de arrollar al América de José Antonio Roca, el que hasta ese momento fungía como el Campeón vigente del futbol mexicano y que a partir de ese día no volvió a mirar con los mismos ojos a su verdugo cementero.
El 4-1 recetado por los de Raúl Cárdenas a las flamantes Águilas caló hondo en el espíritu azulcrema; la humillación sufrida a manos de hombres como Miguel Marín, Héctor Pulido, Cesáreo Victorino y Octavio 'Centavo' Muciño era imperdonable para un conjunto que contaba con figuras del calibre de Toninho y Enrique Borja.
Apenas siete años habían pasado del primer cotejo entre Cruz Azul y América. En 1964 los emplumados vencían por 2-1 al 'Benjamín' del Máximo Circuito; sin embargo, a menos de una década de distancia los papeles habrían de invertirse, dando pie a una eterna sed de revancha que los de Coapa se encargaron de refrendar con el paso de las temporadas.
Esa tarde, la primera del Clásico Joven, los Celestes actuaron como una verdadera Máquina; la armonía entre futbolistas, el ritmo ascendente demostrado sobre la cancha y la perfecta comunión entre los atacantes fueron argumentos suficientes para poner a sufrir a una nación azulcrema que veía caer de la peor manera a sus más grandes ídolos.
Bastaron 45 minutos para castigar el ego del América, que corría detrás de la pelota mientras las combinaciones cementeras les hacían añicos. El 3-0, cortesía del Centavo Muciño, fue la escena más representativa de una afrenta de película; al 35', una triangulación con pase de tacón incluido sellaría la primera mitad.
Ni Arturo Yamasaki, el hombre que impartió justicia en la Final de la 71-72, podía creer todo lo que estaba ocurriendo en el rectángulo verde. El entretiempo tampoco fue capaz de bajar las revoluciones a los nacidos en Hidalgo, que al 46' sentenciarían a su rival en la primera jugada del complemento, y nuevamente con asistencia de 'taquito'.
Arrastrando el honor, y con todos sus años de historia a cuestas, las Águilas descontarían gracias a un remate de cabeza de Enrique Borja. El 4-1 llegó demasiado tarde; al 89' las lágrimas de los Cremas ya habían brotado, y al menos en esa época, claramente dominada por los de Don Guillermo Álvarez no hubo oportunidad de revancha.
