Enfundado en su mejor traje, calzando su mejor sombrero, estaba el Negro Laguna sentado en el estadio de Gimnasia y Esgrima para ver el partido que jugarían Argentina y Brasil por el primer torneo de selecciones que hoy se llama Copa América. Era el 10 de julio de 1916. Invierno, pero tarde soleada y con mucho nervio.
Elegante y sobrio, el Negro podía codearse con la alta alcurnia y a la vez era sencillo y amigable con los de su origen obrero. Podía jugar al tenis un día y el otro al billar en el bar más popular. José Manuel Durand Laguna no era tampoco un espectador cualquiera.
Cuando faltaba muy poco para arrancar el partido y el estadio estaba repleto de gente, unos hombres se hicieron lugar urgentemente en la tribuna y llegaron hasta donde estaba el Negro. Conversaron unos minutos con él ante la natural curiosidad de unos hinchas. Laguna era un reconocido delantero del Club Huracán, que había fundado junto a otros amigos.
Nadie lo sabía en el estadio, pero la selección argentina había tenido una baja importantísima en su plantel. El delantero Alberto Ohaco no había conseguido permiso en el trabajo para faltar y no podía jugar contra Brasil. Entonces, había que buscar una solución a tan urgente problema.
Alguien del plantel sugirió entonces el nombre del Negro Laguna y tras discutirlo en el vestuario fueron a la tribuna a convencerlo.
Aparentemente era extraño que no estuviera desde el principio en el equipo argentino un goleador nato, hábil con la pelota en los pies, rápido y picarón como muy pocos. Pero, su carácter recio y directo, sin pelos en la lengua, causaba frecuentemente problemas en los grupos que podían vetarlo como en este caso.
Sin embargo, esa tarde la emergencia exigía un esfuerzo de todos y especialmente, tras el llamado, el Negro no estaba para problemas y no se hizo de rogar. Tan rápido como lo hacía en la cancha corrió hacia el vestuario. Se quitó la elegante indumentaria y se colocó el uniforme argentino.
Seguramente no hubo mucho tiempo para coordinar estrategias o movimientos de equipo. Le habrán dicho algo así como: “Vos entrás y hacés lo que sabés hacer y ya está”. Para fortuna de la hinchada y del equipo, Laguna no demoró más de 10 minutos en meter la pelota en el arco de los brasileños. El partido, finalmente, terminó 1 a 1.
Laguna siguió jugando al fútbol hasta los 42 años y se retiró en Paraguay, donde también fue entrenador de la selección guaraní. Allí conseguiría otros récords personales, de primeras veces. Por ejemplo, conseguiría el primer triunfo internacional de Paraguay al derrotar 3 a 1 a Argentina en 1921.
También en ese mismo año, obtuvo la primera victoria de Paraguay en la Copa América, esta vez contra Uruguay por 2 a 1. En ese partido, el paraguayo Gerardo Ribas de solo 16 años fue el autor del primer gol de los guaraníes en la historia de la Copa.
El Negro Laguna murió a los 80 años en Asunción. Ya había ascendido a la inmortalidad en la historia de la Copa América.
El Negro Laguna “mañero y limpio al mismo tiempo”. Así lo describió el poeta Homero Manzi, autor de tangos famosos como Sur y Malena. Tal vez, sin saberlo, había escrito el mejor epitafio para el hombre que una tarde de invierno, allá por 1916, había bajado de la tribuna para transformarse de hincha a goleador.