Oribe, no te mueras nunca

Christian Martinoli

Christian Martinoli

Christian Martinoli

Christian Martinoli
| 13 Ene, 2022

Para el futbol mexicano siempre habrá un antes y después de aquella tarde londinense del 2012 en el mítico Wembley, cuando Oribe Peralta fue el protagonista de una historia, quizá irrepetible, de nuestro balompié.

Oribe encumbró al futbol mexicano donde muy pocos creyeron que algún día se podía llegar, porque México ama este deporte pero la pelota generalmente le ha sido esquiva a sus futbolistas, no obstante aquel verano en tierras donde se inventó este juego, la selección de Tena, nos llevó por un camino añorado y que parecía utópico.

Con pocas certezas la escuadra nacional apareció en Inglaterra con la idea de pasar de ronda y poco a poco construyó un esquema de juego que hasta la fecha no se ha vuelto a observar de manera consecutiva en ninguna otra representación azteca.

Presión alta, esa fue la clave principal en un conjunto que supo ser solidario en el esfuerzo físico y adelantar líneas para tratar de recuperar la pelota antes de que el rival llegara a medio campo. México fue una máquina que se fue aceitando en forma y fondo con el paso de los partidos y después de dos monumentales actuaciones de Corona, el cuadro nacional se estacionó en la final ante Brasil y ahí ya muy pocos dudaban de una derrota. Esa tarde Oribe pegó rápido al inicio del juego justo al borde del área para posteriormente inmortalizar su nombre en el complemento con un cabezazo que todavía hoy eriza la piel.

A Oribe el futbol lo gambeteó durante muchos años y cuando parecía sería un talento más perdido entre su propia irregularidad y la sombra eterna que generan las contrataciones foráneas para los delanteros mexicanos, fue en su tierra y en su segunda estadía en La Comarca Lagunera, que Peralta despuntó hasta alcanzar el estrellato.

Tipo pensante siempre en la segunda jugada, delantero ubicado con visión periférica y determinante en la construcción de los ataques mucho antes de que su equipo aspirará a llegar al área contraria. Un delantero que remó demasiado previo a ser vital en sus clubes y por ende en selección, pero que en su clímax deportivo se convirtió en un atacante adaptable, participativo, concluyente, total.

Sus últimas pinturas reales las dejó en el América ya que lo de Chivas terminó siendo un final que ni el equipo ni él merecían pero las cosas fueron así y remordimientos no deberían quedar porque la apuesta y la edad no le fueron favorables.

Oribe deja el futbol y quizá hoy muchos piensen que el balón le venía avisando hace rato que ya era tiempo de pensar en otros horizontes fuera del campo de juego.

Al final Oribe cumplió y seguramente gozó al máximo de su trabajo como jugador y sin duda consiguió que su nombre esté ligado a la gloria futbolística mexicana ya que nadie nunca jamás podrá olvidar lo que sus goles lograron aquel 11 de agosto al noroeste de la capital británica, en la catedral de este juego y ante la camiseta más ganadora que ha visto correr detrás de una pelota de futbol.

Gracias por aquel gol de oro, por esas memorias imborrables, gracias Oribe, no te mueras nunca.

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