Una de las herencias más importantes de los Juegos Olímpicos es la unidad.
La fiesta que se vive durante casi un mes lleva consigo los valores de la génesis de esta máxima justa deportiva.
No importa el idioma, la raza, el estatus social, el nivel socioeconómico o ideologías políticas entre los participantes del certamen cuatrienal.
Deportistas, organizadores, voluntarios y periodistas aprovechan la oportunidad para conocer nuevas culturas, hacer nuevos amigos y en algunos casos encontrar el amor.
Una tradición en la justa veraniega es el intercambio de ‘pines’ de países o ediciones anteriores de los Juegos Olímpicos.
Dichos objetos preferentemente se colocan en el listón de la acreditación, gorras o mochilas para ir cambiando según vayas conociendo gente, especialmente, de países diferentes al tuyo, o que sea un ‘pin’ muy atractivo y en buen estado.
Para aquellos que no conocen la tradición, o quieran aumentar su colección para después intercambiarlos, hay vendedores afuera de algunas sedes olímpicas.
Hay coleccionistas que presumen no sólo tener más de un centenar de ‘pines’, sino haber estado presentes en al menos cuatro ediciones de los Juegos.
El intercambio es un buen pretexto para entablar una pequeña charla mientras se decide el pin que se quiere, o quizá para iniciar una buena amistad.
A dos días para los Juegos de Río aún no se ve el entusiasmo de los ciudadanos cariocas por ser anfitriones, pero dentro de las sedes olímpicas la fiesta y hermandad es una realidad.