Parecía destinada a ser la mejor tenista de la historia, pero un cuchillo de 12 centímetros opacó su brillo y frenó su demoledor despertar; por la mente de Monica Seles nunca pasó que el éxito también generara riesgos.
Desde la adolescencia, la nacida en la fragmentada Yugoslavia se consagró como una estrella del tenis. A los 16 años levantó su primer título de Grand Slam (Roland Garros 1990), un año después ganó tres de los cuatro Majors y llegó a la cima del ranking de la WTA, doblegando a dos 'reinas': Martina Navratilova y Steffi Graf; 1993 parecía ser su año.
Sin embargo, el 30 de abril, en Hamburgo, Alemania, inició la pesadilla. En un partido de trámite, Monica tomó ventaja en el primer set 6-4 contra Magdalena Maleeva y en el segundo ya era superior. Con el 4-3 en la pizarra, se fueron al descanso que fue interrumpido por un grito de Seles que alertó a todos los presentes, luego de que el alemán Günter Parche, de 38 años y fanático de Graf, le clavó un cuchillo en la espalda, justo a la altura del hombro.
Hubo desconcierto, 7 mil espectadores observaban a la estrella pálida y en shock por el ataque. Seles logró ponerse de pie, adolorida y conmocionada pudo dar algunos pasos antes de caer ensangrentada sobre la arcilla. El silencio llenó de un escandaloso terror cada centímetro de las gradas.
La niña prodigio salió en camilla y su agresor fue sometido por las autoridades. Las buenas noticias llegaron pocos minutos después, 'la herida no fue mortal', eran sólo tres centímetros de profundidad y sin daño a órganos. El diagnóstico parecía alentador: dos semanas para cicatrizar y dos meses para volver al tenis. Pero los médicos estaban lejos de la devastadora realidad.
Pesadillas, ataques de ansiedad, depresión profunda y el diagnóstico de cáncer de su padre, provocaron que Seles quedara fuera del circuito por dos años. El agresor cumplió su objetivo: quitar a la serbia del camino y regresar a Graf a la cima, pero de un circuito vacío.
En 1995 Monica regresó a las pistas, pero ya no era la misma. Su juego era más lento, sus gritos en cada golpe, más agudos y el sobrepeso, evidente. “Yo había crecido en la pista de tenis. Ahí me sentía segura, más a salvo. Aquel día en Hamburgo me arrebataron todo”.
El fantasma de aquel ataque y las constantes críticas de la prensa y entrenadores por sus 15 kilos de más la persiguieron. Desde su infancia tuvo que lidiar con un trastorno alimenticio y ante el complicado momento, los atracones de comida calmaban la ansiedad y las secuelas psicológicas. Seles luchó contra sí misma.
La primera prueba de su regreso llegó con el título en Montreal 1995. Y aunque fue un logró tras las múltiples batallas, el tenis aún esperaba más de ella. Seles potenció su mente y su saque para opacar sus debilidades y el 28 de enero de 1996 volvió a sonreír. Derrotó 6-4 y 6-1 a Anke Huber para coronarse en el Australian Open, su noveno Grand Slam y el último en su carrera. Nunca un match point significó tanto.
Aún con la fragilidad física por sus múltiples lesiones (rodilla, hombro, tobillo, ingle y un virus), levantó 21 títulos luego del ataque. En 2008 anunció su retiro del tenis profesional, sin homenajes, sin reconocimientos, sólo con la sombra de aquel atentado que le impidió ser la mejor tenista de la historia, pero que la convirtió en una leyenda, cuya tenacidad quedará siempre en la historia del Deporte Blanco.