México se vistió de Brasil. O más bien del nuevo México, del protagonista, del que ansía una nueva historia. Este Tri dominó, puso pausa y aceleró a placer. Era señorial. La Canarinha se atascó, no encendía, la marcha estaba pegada, hasta el minuto 25, que Neymar recordó que son favoritos y lanzó sus primeros regates. Equilibró y terminó asfixiando a Memo Ochoa. De nuevo, héroe. Inagotable. Empate sin goles al descanso en Samara que favorece a los verdes. Cardiacos Octavos de Final.
Osorio mandó un gran cambio: Rafa Márquez de inicio, más contención que líbero. El capitán impone récord con el gafete y aunque luce lento, no pierde el instinto que lo encumbró en el Barcelona: impone, lanza cambios de juego con categoría y hasta se animó ya a rematar a primer poste, el sello de la casa. Al frente, tres, Vela, Lozano y Hernández, a los que Brasil les manda marca uno a uno. Sombras amarelhas.
El Tri muerde cada centímetro en la salida brasileña. Marcelo no inició y su duelo por las bandas inició perdido. Edson mantuvo a raya a Ney, hasta que el 10 despertó y le quebró la cintura al americanista. Pero el duelo más importante fue de Álvarez, barrida monumental para desarmar al brasileño.
Del otro lado, México encontró en Vela a la opción peligrosa. Por izquierda se mostró dinámico, imponente, la bajó de pecho, la pisó, aceleró, metió centro o diagonal retrasada. O un disparo. Carlitos vuelve a su mejor versión. Fagner lo va a soñar. Una pesadilla verde.
Brasil está incómodo cuando la presión mexicana arrecia. Coutinho no se conecta con Neymar y Willian está seco. Salcedo es un titán, Ayala sigue nervioso, Herrera comienza a orquestar, aunque Guardado lo enfría. Hernández se bota y baja a tapar. México pone inteligencia, talento y corazón, combinación con la que no puede perder. Sea cual sea el marcador, así ganamos todos.