Perú organiza por primera vez un torneo sudamericano en un estadio donado por el gobierno británico y Argentina demuestra que no necesita la ayuda de un embajador para hacer un gol rápido.
Uno de los goles más rápidos de la Copa América pudo haber sido el de Manuel “Nolo” Ferreira, el delantero de la selección argentina, en el partido disputado el 27 de noviembre de 1927 en el Estadio Nacional de Lima.
Menos de un minuto había demorado el equipo albiceleste en llevar la pelota desde el círculo central a la meta defendida por el golero peruano Jorge Pardon.
La alegría de los albicelestes dibujada en las risas de sus rostros contrastaba con el enojo y la sorpresa de los miles de aficionados peruanos sentados en las gradas de madera del estadio construido a fines del siglo 19 obsequiado por el gobierno británico.
Parecían reacciones comunes en una cancha de futbol, pero la causa que resultó bastante extraordinaria es la esencia de esta historia.
Después de 10 ediciones del torneo, le había tocado a Perú organizarlo. Participaba por primera en la competencia y era la séptima selección en sumarse. Por distintas razones, Brasil, que sumaba la tercera ausencia, Chile y Paraguay no concurrieron.
Resultaría la copa con mayor promedio de goles, más de 6 por partido, con goleadas históricas cuya víctima sería Bolivia: Argentina le metió 7 y Uruguay 9. Ambos equipos rioplatenses terminaron con 15 goles cada uno en los tres partidos que les correspondieron jugar.
Pese a que Perú no le iba muy bien en el cuadrangular, los 15 mil espectadores que llenaron el estadio estaban entusiasmados ante la posibilidad de ganarle a un gran equipo como el argentino.
Miles Poindexter era un abogado y político estadounidense, originario de Tennessee, que después de haber sido varios años senador en Washington, donde inclusive llegó a competir por la nominación a la presidencia republicana, había llegado a Perú como embajador nombrado por el presidente Warren Harding.
El diplomático que estuvo cuatro años en Lima terminó siendo un gran admirador de la cultura incaica y ya de regreso a Estados Unidos publicó dos gruesos volúmenes acerca del tema.
Aquel día había ido al partido invitado por las autoridades del torneo que haciéndoles los honores le pidieron que diera el puntapié inicial.
El árbitro uruguayo Victorio Carboni puso la pelota en el punto central, sonó su silbato y el embajador con zapatos de charol le pasó el balón a un jugador argentino.
El reconocido cronista de El Gráfico, el uruguayo Diego Lucero, describe así lo que ocurrió:
“Mister Poindexter le da un toquecito a la redonda y se la pasa a Nolo Ferreira que la espera. Nolo, sin más ni más, avanza unos metros y se la cede a Maglio. El hijo de Pacho, todo muy rápido, gana terreno y le cruza un pase a “la Chancha” Seoane. El negro la mete entre los backs peruanos, por donde entra Nolo que toca a un rincón y marca el gol. Habían pasado apenas 50 segundos y no había tocado el balón ningún jugador peruano”.
Era una situación inédita. Ante las airadas protestas de los locales, y con buen criterio, el árbitro decidió anular la jugada y ordenar el comienzo oficial del partido.
Las sorpresas no habían terminado.
Vuelve a mover el equipo albiceleste, esta vez comenzando el partido oficialmente. El embajador, ya sentado en el palco, puede ver que los argentinos son capaces de trasladar la pelota con tanta velocidad y precisión que apenas pasado el minuto de juego el mismo Nolo Ferreira vuelve a meter el 1-0 en el arco peruano. Tal vez se había demorado unos segundos más, pero este sí valía. Parecía el replay de la jugada iniciada por el embajador que, aunque seguramente no entendía cómo habían vuelto a hacer lo mismo, respiraba más tranquilo después del enredo inicial.
Los fanáticos peruanos terminaron viviendo una humillación producto del poderío argentino que les ganó 5-1 y consiguió su tercer título de lo que sería la Copa América.