Luis García
El Doctor une el amplio conocimiento deportivo con un estilo propio. Sus geniales comentarios que lo han hecho referente de la TV tienen también su lugar en nuestro diario.
Puerto Vallarta, liberación
Hace varios años tuve a bien generar un chat de amigos que tenían cierto vínculo con el golf, dicho chat sufrió una grosera metamorfosis, tanto que muchos de los fundadores, por no decir que todos, ya no están en tan extraño ecosistema. Y después de surgimientos y desapariciones de distintos personajes, decidimos organizar un viaje para jugar golf sin respiro.
Uno de los últimos entes agregados a tan disímil cofradía, el buen Eliser García, tocayo de apellido, propuso que utilizáramos su tiempo compartido en Puerto Vallarta. Después de varias renuncias y adecuaciones nos organizamos para viajar a tan paradisíaco paraje.
Recuerdo que después de la Copa del Mundo de Estados Unidos de 1994, vine a pasar varios días de vacaciones a tan seductor sitio, y me divertí como enano.
De inicio íbamos a ser cerca de 10 personajes a la travesía, terminamos siendo sólo cinco, más que suficiente, ya que pudimos convivir hasta la médula. Dentro de la sana locura de tan extraño grupo, es que algunos no se conocían, se conocieron en el aeropuerto de la CDMX, aplicando la burda referencia de que se reconocieran porque uno de ellos llevaría un clavel en la solapa.
En este preciso instante estoy en el avión, a segundos de despegar, y tengo una mezcla de cansancio, nostalgia y satisfacción, ya que fue un extraordinario viaje, reitero, extraordinario. Y voy a intentar explicar por qué, de entrada fue una especie de liberación, entendiendo perfectamente la situación de salud física que nos atañe y agobia, estaba sufriendo con mi salud mental.
Llevaba unas semanas hastiado de la rutina, cada ocasión que en casa abría el ojo por las mañanas sentía una losa en el pecho, como si la cobija me pesara miles de kilogramos. Me costaba mucho ponerme en marcha, tanto que a veces la pijama, y eso que amo las pijamas por encima de cualquier prenda de vestir, la percibía como una camisa de fuerza que me impedía moverme, como si todo estuviera en cámara lenta.
Siempre he sido una persona que pasa mucho tiempo en casa, con mi esposa e hijos, valoro mucho esta bondad de la vida, pero el exceso de convivencia familiar me estaba costando, me reconocía de mal humor, con poca empatía incluso. Es por ello que cuando se propuso la pintoresca expedición, le comente a la jefa, la 'Roska Pérez', quien me dijo que sería una grandiosa idea para recargar energía, recuperar la luz y sacudirme la modorra generada por el encierro.
Así que después de tardar en ponernos de acuerdo quedó armado el grupo, los viajeros fuimos el mencionado anfitrión Eliser, Raymundo Soberanes, Miguel Moisés, quien es mi concuño, por cierto estamos esperando que se case con mi cuñada Ana Ximena, pero no da color; Ernesto De Oteyza, y yo. Eliser y Neto viajaron el miércoles, el resto el jueves, el pretexto era jugar golf sin reparo, cosa que hicimos, cuatro días seguidos de pegarle a la cacariza.
El complejo al que llegamos fue el de Vidanta que cuenta con tres campos de golf, uno de ellos nocturno, iluminado como si fuera estadio, el cual penosamente estaba en remodelación. El jueves que llegamos al brutal complejo hotelero, nos cambiamos en el baño de la recepción y nos fuimos directo a jugar. Terminamos prácticamente con el atardecer, y nos dirigimos a registrarnos, el anfitrión se quedó en un cuarto, y los otro cuatro sacamos papelitos para ver en dónde nos tocaría dormir, normalmente no tengo suerte, pero me tocó el cuarto grande y solo, a Moi le tocó el sofá, y Ray y Neto compartieron habitación.
Cenamos en ‘La Cantina', grandioso restaurante mexicano, las gorditas de chicharrón prensado estaban para enmarcar, vimos a Tigres sucumbir y nos fuimos a dormir.
El viernes jugamos el grandioso campo de Greg Norman, terminando nos bañamos, nos pusimos el traje de baño y fuimos a la alberca en donde estuvimos sumamente felices como adolescentes tomando en el bar dentro de la alberca hasta que tocó la cena en Puerto Manjar, rematamos en ‘El Santuario', en donde había un grupo en vivo que tocaba rock en inglés de mi época, lo cual me hizo sumamente feliz, echamos un par de cubas y nos fuimos a jetear.
El sábado temprano repetimos el campo, y después aproveché para darme un masaje de piedras calientes de más de un hora que gocé y me renovó mente y alma, aunque cuando vi lo que costó casi me paralizo. Cenamos en ‘El Quinto', glorioso restaurante de carnes en lo más alto de una de las torres de departamentos, de ahí nos fuimos a un bar a ver el América versus Chivas, ya que Moi y Ray cruzaron apuesta.
De atascados decidimos el domingo levantarnos al alba y jugar otra vez, debido al tráfico en el campo no terminamos, pero igual disfrutamos mucho el poco tiempo que hicimos el ridículo en el campo.
De ahí al aeropuerto, y de vuelta a casa, que extrañaba mucho, de camino al hogar me di cierto tiempo de reflexionar sobre la fabulosa odisea vivida. No soy una persona que suele aventurarse en cuestiones de convivencia, soy reservado, amargo, incluso ogro cuando se trata de relaciones sociales, todo lo contrario a mi amada ‘japonesa' que ha logrado equilibrar esta falencia mía. Y quien fue la que me empujó a ir para liberarme, otra vez mi sabia mujer atinó, ya que gocé enormemente.
Éramos un grupo de cinco entes sumamente diferentes que si bien ya nos conocíamos, unos más que otros, todos acarreamos manías y costumbres, las cuales supimos maniatar para conseguir una impecable convivencia, tanto que ya estamos organizando el segundo viaje y torneo, por cierto del primer certamen fui yo el campeón y con suma claridad.