La decisión estaba tomada, el primer objetivo era llegar a Túnez como fuera. Rose y Thomas ya vivían juntos y deseaban salir de Ghana a cualquier costo. La vida en varias partes de África se torna casi imposible y muchos buscan un escape, aunque éste les cueste la existencia. Literalmente “prefieren morir en el intento”.
DFP tag: DN_Intext_Center_BTF_1
Los cinco mil kilómetros llenos de peligros y fronteras que se deben cruzar para llegar a la costa mediterránea son demasiados. Además de esquivar la corrupción de la policía, se debe negociar con las mafias locales, lidiar con la xenofobia, sufrir por falta de alimento y dormir poco por el temor de perder lo único que se lleva. Y es que el viaje es casi imposible de lograr, porque después de pasar por Burkina Faso y entrar a Malí, los valientes que deseen seguir rumbo a Argelia y Túnez, deberán buscar el milagro de sobrevivir al calor, las dunas y las temibles noches con tormentas de arena recorriendo todo lo largo del impredecible desierto del Sahara.
Varios días después, los Barwuah lograron arribar devastados, sin dinero y muy débiles a tierras árabes; sin embargo, no dejaron de creer, era momento de planificar el paso definitivo, el salto a Europa.
Luego de semanas de trabajos menores buscando algunas monedas que les ayudaran para pagarles a los viejos marineros de la inmigración ilegal, una noche su travesía de 500 kilómetros rumbo a las costas italianas comenzaría.
Las reglas eran básicas: entre más gente suba a la barcaza, menor será el precio y mayor el peligro; ya que si se buscaba ‘exclusividad’, se debían pagar montos privativos.
No había garantía de tiempo de llegada, si se llegaba, ni destino fijo, pues todo dependía de las corrientes marítimas, ésas que podían mandar la precaria embarcación rumbo a Sicilia, a Cerdeña, a Malta o peor aún, al más allá. Porque las letras pequeñas del ‘contrato’, indicaban que se puede morir de deshidratación, de asfixia o por ahogamiento.
Fueron momentos de angustia, desesperación y hasta arrepentimiento, porque las aguas del Mediterráneo, ésas que parecen estancadas y destinadas al placer del Jet set, suelen ser traicioneras cuando se les desafía con exceso de confianza o como en este caso, con un aparato inservible flotando a la deriva.
Cuando la esperanza se escurría por la borda, la Guardia Costera de Italia avistó a decenas de personas que viajaban apretujadas en un descortezado navío custodiado sigilosamente por aves de rapiña. Esa gente tuvo suerte y pudo contar la historia, otros a lo largo de los años no tuvieron la misma fortuna.
De manera ilegal y por razones humanitarias la familia Barwuah se trasladó a Palermo, ahí vinieron al mundo sus hijos. El segundo fue Mario, un chico muy delgado que nació con una malformación intestinal; durante dos años comió poco y eludió la muerte sistemáticamente. Sus padres abandonaron el viejo bodegón del puerto donde precariamente subsistían y se fueron rumbo a la Italia continental, hacia el acaudalado norte, cerca de Brescia, en busca de mejores condiciones generales.
Éstas no llegaron, compartían un departamento pequeño con otra familia africana y eran casi 20 personas conviviendo en 50 metros cuadrados, para colmo, la salud del pequeño Mario no mejoraba y tuvieron que tomar una decisión, buscarle un familia que pudiera pagar sus tratamientos y que le diera un ambiente sano y limpio para crecer. Las autoridades de la ciudad decidieron que Francesco y Silvia Balotelli, un matrimonio de comerciantes de clase media acomodada, filántropos de la zona, se hicieran cargo del casi desahuciado niño.
Con menos de tres años, Mario pasó a vivir con una familia que lo cuidó y le fomentó el respeto a sí mismo y a los demás durante toda su infancia y adolescencia. “No eres menos que nadie, jamás lo serás, levanta la cabeza y mira de frente a todos”, le recalcaban a menudo en casa, a sabiendas que los chicos de raza negra no eran vistos con buenos ojos por varios retrógradas de la región.
Judo, karate, natación, gimnasia, de todo practicó el hiperactivo chico que no podía detener su ímpetu y competitividad. Pero lo que más le gustaba era el futbol; devoraba videos de los grandes ‘calciatori’ que pasaron o estaban en la Serie A; deseaba ser profesional y jugar para la Nazionale. “No hay mejor camiseta en el mundo que la de la selección italiana”, le dijo años después al diario La Stampa.
Bajo un acuerdo entre familias, sus padres biológicos lo visitaban de vez en cuando; sin embargo, esas citas se fueron espaciando al punto de desaparecer. Los Balotelli y los Barwuah habían firmado un convenio anual que le permitía a los italianos tener la custodia del niño, siempre y cuando los ghaneses lo avalaran. Con el correr del tiempo todo quedó en el aire y mientras los africanos no aparecieron más, los encargados de Mario, lo protegieron y guiaron.
Mientras sus hermanos estudiaban, el nuevo integrante de la familia bresciana sólo pensaba en el balón. Sus dotes técnicos gustaban y eclipsaban su tonalidad de piel, incluso para los más críticos del futbol infantil lombardo. El Atalanta lo quiso negociar cuando tenía 11 años, pero en casa Silvia, la madre, se negó. Prefirieron conseguirle entrada en la divisiones menores del Lumezzane, un club cercano que pertenecía a la Serie C del Calcio. Poco tiempo pasó para que su fuerza en ataque y su desfachatez en el campo, lo hicieran titular en el primer equipo de la pequeña institución.
Mario, era callado, muy reservado, buen compañero, divertido con los suyos, pero con un problema severo para acatar órdenes y respetar a la autoridad. Esa situación fue una de las razones por las que el Barcelona no lo fichó a los 15 años. “Vino a La Masía tres días, en el primer entrenamiento metió cinco goles en un partido. Tenía la calidad del Barça, pero tenía problemas de actitud y cuando decidimos ficharlo, la historia se complicó porque aparecieron muchos promotores y gente que entorpeció la negociación y se decidió no ficharlo”, le contó José María Alexanko, en ese entonces director del futbol base del cuadro catalán a Canal Plus.
Por consecuencia el Inter de Milán sería su primer gran salto. La facilidad de desborde, la movilidad, la fortaleza física, la técnica en velocidad y la asombrosa contundencia, hicieron que toda Italia estuviera pendiente del muchacho nacido en Palermo de origen ghanés que maravillaba en la categoría Primavera del cuadro Neroazzurri.
Era una especie de castillo que se construía día a día con músculos poéticamente trabajados y tonificados, que además tenía una curiosa y enigmática costumbre, no celebraba los goles porque le daba pena lo fácil que los lograba. “Ése es mi trabajo, anotar, ¿por qué debo festejar, o acaso ustedes ven que un cartero cada vez que entrega correspondencia lo celebra?”, les respondió y preguntó al mismo tiempo a la gente de prensa en una zona mixta.
A los 17 años debutó en Primera con el dorsal ‘45’. “Lo tomé porque los juveniles sólo podíamos tener números altos y como yo soy un nueve nato, agarré el 45, que si lo sumamos da nueve”. Su juego encantaba, pero sus ideas no tanto. La fama le llegó de inmediato y la fortuna fue apareciendo. Su corazón y generosidad parecen no tener límites, aunque muchos lo califican de ostentoso y pretencioso, porque siempre exagera en lo que adquiere, como la ocasión que su madre le pidió que fuera a comprar una aspiradora y él con el primer sueldo grande, trajo el mandado, más dos Vespas, un trampolín gigante, una mesa de ping pong y una pista de Scalextric.
Con la llegada de Mourinho, los mundos chocaron. Por un lado, un entrenador ganador, exigente y sumamente controlador y por el otro, un futbolista en ciernes con el talento de los mejores, pero con la anarquía brotándole por los poros. La disciplina del portugués no le gustaba al atacante y su relación se fue desgastando, aunque el lusitano siempre admiró al estrafalario delantero. “De Mario, podría escribir un libro con 200 hojas, un libro no de drama, sino de comedia. Un día en Kazán, por la Champions, me quedé sin delanteros, él fue titular, lo amonestaron al 42’. Al medio tiempo utilicé 14 de los 15 minutos del descanso para pedirle que no se dejara provocar, que no reclamara y que no hiciera ninguna falta. Al minuto 46, toma, le sacan la roja”, rompe con una carcajada la anécdota que le contó a CNN.
Pero las historias entre maestro y alumno no terminaron ahí, otro día en la BBC Two, recordó esto. “Un sábado lo cité para hablar con él, pero no llegó. El lunes lo vi y le cuestioné: ‘te fuiste a ver la Fórmula 1 a Monza, ¿qué es lo más importante en tu carrera?’, a lo que me respondió, ‘con usted puedo hablar en cualquier día de la semana, pero la Fórmula 1 viene una vez al año a Italia’”.
La relación con el Inter se esfumó el día que posó con una camiseta del AC Milan, una traición suprema para la gente, que él vio como una vendetta.
En lo personal su familia biológica apareció y él los acusó de abandono y oportunismo.
El City fue su próximo paso, ahí se encontraría con Mancini, un amigo que lo entrenó en el Inter, pero que después terminaría con una relación totalmente voluble y estirada, que incluso una tarde terminó a los empujones.
“Mario era como mi hijo, pero cuando lo entrenas, te deben pagar el doble. Es el factor Balotelli. Tiene mucho talento, pero no escucha lo que le dices. Corre el riesgo de echar a perder su carrera como lo hizo Adriano, aunque con distintos problemas”, relató el técnico para el Corriere della Sera.
Inolvidable fue otra de sus discusiones públicas cuando el acrático hombre-gol, en un amistoso de pretemporada frente al Galaxy, llegó al manchón penal con posibilidad de darle la pelota a Dzeko o de definir con potente disparo, a lo que decidió de manera displicente, realizar una ‘roulette’ a lo Zidane y definirla de taco en una clara falta de respeto al rival, situación que le costó ser sustituido a los 31 minutos del partido y que desató la hecatombe entre dirigente y dirigido.
En Inglaterra jugó menos que en el Inter, pero anotó más. Sus números lo respaldaban, pero sus escándalos fuera y dentro del campo incomodaron a los Citizens, quienes le acumularon 350 mil libras en multas internas y 11 juegos de suspensión por pelearse con cinco compañeros distintos.
Las leyendas urbanas de los tabloides británicos afirman, que se acostó con actrices porno, que tuvo 27 multas de tránsito; que le regaló mil libras a un vagabundo; que evitó el bullying contra un niño en la calle y que lo llevó él mismo a la escuela; que es capaz de ir a cargar gasolina y pagarle el tanque lleno a todos los presentes y la comida a los que estén en la tienda de la estación; que liquidó habitaciones en el Hilton para que gente sin hogar pasara la noche de Navidad en ellas; o que quemó su casa con pirotecnia.
Su momento cumbre lo tuvo en la Eurocopa del 2012, tras marcar un doblete frente a Alemania, que lo mitificó al mostrar su cuerpo de fisicoculturista, al más puro estilo del Doctor David Banner, que al momento de violentarse se transformaba en Hulk. Ese día celebró el pase a la Final del torneo abrazando a su madre adoptiva. “Mario, nunca llora, pero ese día derramaba lágrimas de felicidad y agradecimiento”, dijo Silvia Balotelli.
El Milan pudo comprarlo y ahí mejoró mucho sus promedios, pero se habló más de la penosa situación que vivió nuevamente en varios campos de Italia, el racismo. La gente del Inter le lanzó plátanos; los de la Juve colocaron pancartas que rezaban “en Italia no hay negros”, los de la Roma cantaron en contra de él, al igual que los del Livorno, la Fiorentina, el Chievo, el Pádova y la Lazio. “El racismo es una situación que me deja solo y triste. Si alguien vuelve en un estadio a gritarme o lanzarme algo me iré. Pero si en la calle sucede, tendré que ir a la cárcel porque mataré a esa persona”, declaró para la RAI.
Se fue de su país y regresó a la isla, pero las presentaciones con el Liverpool desplomaron sus estadísticas, quedando de nueva cuenta vestido como rossonero y dejando una enorme incógnita en su futuro.
Alguna vez dijo que Messi era el único futbolista que está ligeramente por encima de él y seguramente debe seguir pensándolo, aunque el mundo vaya para otro lado.
Díscolo como pocos, este ítalo-africano está orgulloso de sus orígenes y de su lugar de nacimiento. No quiso aceptar jugar con Ghana porque deseaba triunfar con Italia. En Inglaterra The Mirror y The Sun lo acusan de gastar 200 mil dólares en un Bentley y que su madre biológica Rose, gané ocho libras diarias limpiando oficinas. Historia que contrasta dramáticamente con las donaciones económicas que hizo para construir una secundaria en Sudán; para apoyar a la organización Médicos sin fronteras y también a la Fundación ‘A Brigde for the future’, que alejará de la violencia a niños de favelas brasileñas.
Balotelli vive la vida a 300 por hora. Se peleó con todos y se amigó con todos. Su transitar no tiene grises. Odia a la prensa, habla poco, pero cuando lo hace, los focos rojos revientan.
No tiene filtro alguno y da la impresión de que goza de ello.
“Es un orgullo ser negro y una honra haber crecido con mi familia blanca”.
Al final del camino no se sabe cómo terminará Mario y todo su talento en espera; lo que se sabe es que de aquel niño con destino al epitafio quedan dos cosas intactas que le dejó Francesco, su recién fallecido padre adoptivo. El amor por el chocolate blanco que siempre le dio antes de cada partido y el gusto por los coches, como aquel Ferrari a escala que le trajo como regalo el día que se conocieron por primera vez en aquel lejano 93, en donde un nene le tomó la mano a un señor de casi 60 años para que le salvara la vida.