Era una tarde soleada de verano aquel 4 de agosto de 2018 cuando Alexander Zverev derrotó con cierta comodidad a Stéfanos Tsitsipas. Ya los iluminados del deporte blanco vaticinaban un futuro promisor para ambos, como si se tratara de científicos del Servicio Meteorológico avisando un sismo que cimbraría Acapulco casi tres años más tarde, en la primera Final entre ambos de muchas que el destino guarda para este par de mortales en proceso de dioses del tenis.
Solamente un año, 3 meses, y 21 días es mayor el alemán que el griego, y así de reducida es la diferencia entre ambos, casi milimétrica. Aunque la brecha se hace prolonga en enfrentamientos directos, pues desde ese Abierto de Washington de hace tres años, el de Hamburgo no ha podido volver a derrotar al de Atenas, quien —en cambio— le ha derrotado las últimas cinco veces que se han visto las caras en la pista.
Será pues en el Puerto de Acapulco y en medio de una impensada pandemia hace tres años, que Tsitsipas y Zverev salden las cuentas pendientes entre ambos en la primera final que disputarán. Y México será testigo del comienzo de una rivalidad que elevará su nivel a un partido por el título de un ATP 500, justo el mejor del mundo según las votaciones del Tour.
Ocurrirá después de que a Zverev no lo hizo claudicar ni temblor de 5.9 grados de escala Richter, como mucho menos un osado Dominik Koepfer, que jugó su primera semifinal en el Tour con el cuchillo entre los dientes. Sascha se complicó en el segundo set pero remontó una desventaja de tres puntos para volver a disputar la Final del Abierto Mexicano de Tenis después de perder en 2019 ante Nick Kyrgios.
Mientras que Tsitsipas jugó de manera perfecta para acabar con el sueño del underdog Lorenzo Musetti, quien desde la qualy remó para instalarse en semifinales como lo hiciera Ryan Harrison en 2015 y Nicolás Almagro en 2006. Pero como todo cuento de hadas, el reloj marcó las 12 y todo terminó para el joven italiano de 19 años, quien, como sea, se ganó el amor de la afición mexicana así como el respeto del Tour. Casi tanto como Stéfanos, quien con un poco de español y dos pizcas de carisma, es el consentido para imponerse en su primer viaje a la desconocida —hasta ahora— tierra guerrerense.
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