El encendido del fuego olímpico de los Juegos de Río 2016 marcará una nueva era en la historia de la justa y de Brasil mismo.
La máxima fiesta deportiva, que por primera vez se celebra en Sudamérica, trae a Río de Janeiro un mensaje de paz, solidaridad y armonía que tanta falta le hace al país latinoamericano.
El reto de la llamada ‘Cidade Maravilhosa’ es demostrar su calidez, belleza y grandeza que han sido opacadas por los problemas políticos, económicos, sociales y de salud durante la organización del certamen cuatrienal.
Si bien, el tan temido virus del Zika, la pobreza, corrupción y la delincuencia desanimaron a los anfitriones brasileños, los Juegos también llevan una luz de esperanza en cada rincón de la ciudad carioca al que llegarán.
Miles de deportistas de todo el mundo se reúnen bajo un mismo sueño: alcanzar la gloria olímpica.
Las horas de entrenamiento, los sacrificios, el estar fuera de casa, el dolor, tropiezos y derrotas cobran sentido.
Los países podrán estar en guerra, tener diferencias de religión e ideología, pero esos problemas que día a día ‘derrotan’ a la humanidad se desvanecen ante los emblemáticos cinco aros de los Juegos Olímpicos. Aquí no hay diferencias de razas, idioma, creencias, preferencias sexuales o estatus social.
Sólo existe el ser humano que busca romper barreras, mejorar récords, desafiarse a sí mismo y poner en alto el nombre de su familia y de su propio país.
Luego de tantas dudas, Río 2016 es una realidad. Son los Juegos que llenan de esperanza a aquellos deportistas migrantes que huyen de la guerra y violencia que se vive en sus países natales.
Por primera vez en la historia participará el primer equipo olímpico de refugiados que desfilará bajo la bandera del Comité Olímpico Internacional (COI), olvidando el horror de la guerra y llevando su instinto de trascender a otro nivel, ahora en lo deportivo, donde las grandes hazañas se convierten en leyendas.
Ésta será la justa que abra una brecha para que los países tercermundista sean ‘astros’ del orbe.