El 24 de junio de 1990, mientras Checo Pérez era un bebé con poco más de seis meses de edad, el legendario Alain Prost conquistaba el Autódromo Hermanos Rodríguez por segunda ocasión en tres años; en ese momento nadie imaginaba que de Guadalajara, Jalisco, surgiría el piloto que devolvería a México a los primeros planos del automovilismo.
Apenas dos años después, el Gran Premio de México caería en un prolongado letargo del que despertaría en 2015, con el originario de la Perla Tapatía como un deportista de élite en busca de la consagración, y el difícil reto de lograr lo que ninguno de sus predecesores: alcanzar el podio en suelo azteca, en casa y frente a su gente.
El camino ha sido arduo, tanto como las pronunciadas curvas del Circuito de Sepang, en Malasia, donde obtuvo el segundo resultado más importante para un mexicano al interior del Gran Circo; el segundo puesto, que logró cuando tenía 22 años, significa oro puro para un joven que aprendió a conducir junto a sus hermanos en una camioneta familiar, mientras cursaba la primaria.
Sergio Pérez Mendoza abandonó su hogar a los 14 años, con el firme sueño de convertirse en el mejor piloto de Fórmula 1; su papá, expiloto y representante, le inculcó la perseverancia como principal estandarte de cara al éxito, pero fue su tenacidad la que lo llevó de conducir go-karts durante la infancia, a competir al tú por tú con los más grandes del mundo.
La historia del deporte motor en México ya lleva tatuado el nombre de Checo; convertirse en el piloto nacional con más carreras disputadas no es un reto menor, y lograrlo en sólo cinco años habla del meteórico desarrollo de un hombre cuya principal y ambiciosa meta es convertirse en Campeón del Mundo.