Uno de los sueños de Yusra Mardini, nadadora de 18 años, es participar en unos Juegos Olímpicos; sin embargo, la guerra que ha devastado su país, Siria, la obligó a abandonar su nación, arriesgando su vida para tener un futuro mejor como persona y deportista.
Hace un año su vida y la de 19 personas más fueron salvadas gracias a su destreza en el agua, cuando la embarcación en la que navegaban sobre el mar Egeo comenzó a hundirse.
De inmediato, Yusra, su hermana mayor Sarah, también nadadora, y una persona más se lanzaron al mar y llevaron la pequeña barca hasta tierra, a la isla de Lesbos, en Grecia, para lo cual nadaron durante más de tres horas.
Las hermanas Mardini eran algunas de las estrellas más brillantes de la natación en Siria hasta que la guerra interrumpió su progreso.
La familia se mudó constantemente para evitar los combates y que sus hijas pudieran seguir nadando. Pero el conflicto recrudeció y eventualmente tomaron la decisión de dejar el país.
“Nuestra casa fue destruida. Ya no tenemos nada”, dijo Yusra Mardini, a quien se le unió el resto de su familia en Berlín, ciudad donde finalmente se estableció.
Las hermanas salieron de Damasco junto con una oleada de refugiados sirios que perdieron esperanza de que el conflicto concluyera pronto.
Llegaron a Líbano y luego a Turquía, donde les pagaron a traficantes para que las llevaran a Grecia.
Ahora, entrena en una piscina construida para los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Es una de 43 refugiados de distintos países que compiten para el equipo ‘Atletas Olímpicos Refugiados’ del Comité Olímpico Internacional, que posiblemente esté compuesto de entre cinco y 10 miembros.