La única razón por la que el tiempo existe es para que no suceda todo a la vez. Y para que el futbol fluya y no colapse. Lo sabe el América. Lo sabe Cruz Azul. Y lo supo el futbol desde su condición de deporte indómito e ingobernable, que todo lo ve desde el cristal fino de lo imprevisto.
La trama furiosa sería a partir de lo imposible. Y en esa improbabilidad radicaría su valor de pintura cara, con arrebatos de Picasso.
Un juego de futbol construido a partir del caos. Eso fue el Clásico Joven desde el minuto dos, en el que era más tardado prepararte un sándwich que encontrar la portería como lo hizo Jorge Benítez. Cruz Azul agilizaba el tiempo con la prisa del gol. La Máquina había dado el primer golpe.
El segundo vendría después, desde el manotazo de marioneta arrebatada de Joffre Guerrón sobre el ojo derecho del arquero Moisés Muñoz. Y si estos partidos se juegan con la agudización de los cinco sentidos, Moi no podría y en consecuencia saldría del campo.
Entonces, si el arquero azulcrema había perdido parcialmente la vista, entonces José Alfredo Peñaloza también, cuando marcó un penalti con astigmatismo. Y sin criterio. A Omar Mendoza le rebotó el balón en el muslo derecho. Y después en la mano. Tal complicidad involuntaria era suficiente para Osvaldo Martínez rompiera la red desde los once pasos con un disparo desde su bazuca derecha.
Y el partido ya era cinematográfico. Incoherentemente atractivo, porque Darío Benedetto se lesionaba para que Pablo Aguilar tomara la estafeta ofensiva con un cabezazo kilométrico, que se escapó, como agua en las manos, botando agónico en el área chica hasta la tierra prometida.
Oribe Peralta confirmaría después que los goles pueden ser enmarcados entre dos vidrios para vivir por siempre en la memoria del futbol asociación. Sambueza, Quintero, Martínez y Peralta esculpieron un gol de museo.
Pero después se confirmaría que la fe viste de azul. El Chaco Giménez tocó su primera pelota, con un minuto en la cancha, como evidencia de que el futbol tiene memoria y le rinde tributo a sus héroes. Fue la esperanza hecha gol.
Oribe y Quintero eran expulsados. Y el tiempo continuaba con su trabajo silencioso, reacio al aglutinamiento de las circunstancias en el mismo espacio.
Por eso Joao Rojas hizo de un balón de cuero un poema en el viento, que vivió en el aire para crecer en el travesaño y morir feliz en la portería azulcrema. Todo condensado en un último suspiro.
Tomás Boy fue expulsado por su exceso de personalidad en el festejo. Cruz Azul empató y América sobrevivió. Y el futbol confirmó así que la única razón por la que el tiempo existe es para que no suceda todo a la vez, en un juego multiplicado por tres...