Tres días después de la debacle en la Copa del Rey, el Atlético de Madrid, con Héctor Herrera en la segunda mitad, agrandó su crisis con un empate a nada en el Wanda Metropolitano con el Leganés de Javier Aguirre.
El horrible primer tiempo reincidió en todos los defectos del Atlético. Pero en la portería, no hay duda: Oblak surge con la presencia que se espera. Decisivo. Lo fue para repeler el tiro de Kevin Rodrigues y después para frustrar a Braithwaite; para sostener al equipo rojiblanco, cuyas ocasiones en el primer acto fueron contadas: un disparo de Correa y una volea de Morata.
Nada ni casi nadie funcionó en el primer tiempo. Al intermedio, Simeone cambió al menos habitual de todos en el once, Marcos Llorente. Ni a Thomas ni a Saúl, aunque su nivel sea hoy por hoy menor. Le dio minutos a Vitolo y más tarde a Héctor Herrera, quien ingresó por Ángel Correa al 62'.
Aun así no cambió en exceso el encuentro, algo más en la presencia en campo contrario, pero sin suerte, mientras el enfado crecía en la grada.
Al Atlético le falta la fe y la insistencia, sin hablar de su consistencia, su futbol, su ambición, su rebeldía, expuesto incluso a los ataques del Leganés, que rondó el área como una amenaza latente, con una sucesión de saques de esquina, de incursiones peligrosas, dominador incluso del juego.
La impotencia del conjunto rojiblanco entonces era ya evidente. No era capaz de soltar un contragolpe para alterar mucho más que un 0-0, salvo por la reclamación de un penalti a Vitolo que no pareció. Para completar el esperpento, en el tiempo añadido fue expulsado el portero del Leganés, Pichu Cuéllar, por lo que el lateral Jonathan Silva tuvo que ponerse en el arco. Todo un escándalo.
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