Cuando las metas son claras y la convicción es grande, los pretextos están de más. Manuel Francisco dos Santos demostró que no existe impedimento físico que impida alcanzar un sueño, incluso el de ser considerado como el mejor regateador en la historia de este deporte.
En 1993 el pueblo de Pau Grande, en Río de Janeiro, vio crecer a un peculiar integrante de una extensa familia. Entre 15 hermanos se encontraba Garrincha, apodo familiar que se ganó por las características que compartía con esta ave: un ser libre, veloz pero considerado un tanto torpe por lo fácil que es ser presa de caza.
Pero de torpe, Garrincha no tenía nada, todo lo contrario. El brasileño superó las expectativas de todos aquellos que no le predecían un futuro prometedor como jugador, esto debido a que nació con los pies torcidos, tenía una desviación en la columna y su pierna derecha era seis centímetros más corta que la izquierda.
Estas condiciones físicas no fueron limitantes para el delantero, más bien, se convirtieron en una ventaja para engañar de manera casi natural a sus adversarios. Los campeonatos que ganó con el equipo de la fábrica textil en donde trabajaba le hicieron darse cuenta que podía dar más y aspirar incluso a convertirse en profesional, y así fue.
En 1951 se integró a las filas del Botafogo, club con el que debutó en el máximo circuito, ganó cinco copas regionales durante los 14 años que permaneció ahí, periodo en el que incluso fue reconocido como el Mejor Jugador de la Copa Mundial de Futbol y precisamente, su paso por los mundiales quedó con un fructífero registro.
Participó en tres ediciones del certamen internacional: Suecia 1958, Chile 1962 e Inglaterra 1966 y en las primeras dos llegó a la máxima gloria al coronarse campeón junto a un plantel plagado de figuras como Pelé, Didí, Vavá y Mario Lobo Zagallo. Junto a O Rei formó una dupla tan sólida en el ataque que el Scratch de Ouro nunca probó derrota cuando ambos compartieron cancha.
Después de militar en el futbol de Colombia y Francia, Garrincha decidió volver a Brasil, en donde jugó sus últimos partidos como profesional con el Olaria, para poner fin a un legado imborrable, no sólo en su país, sino en el mundo entero.