En las desesperadas llamadas y mensajes de voz que le hacen, Khalida Popal puede escuchar la angustia y el llanto entre las súplicas de ayuda.
Las jugadoras del equipo nacional femenil de Afganistán a cuya formación contribuyó Popal, ahora temen por sus vidas porque los talibanes han recuperado el control del país después de dos décadas.
Cuando la llaman, Popal sólo puede aconsejarles que huyan de sus casas, de los vecinos que saben que son pioneras del deporte, e intenten borrar su historial, en particular su activismo contra el Talibán, el cual ha comenzado a restablecer el Emirato Islámico de Afganistán.
“Las he alentado a que eliminen sus canales de redes sociales, fotos, que huyan y se escondan”, dijo Popal a The Associated Press en una entrevista telefónica desde Dinamarca. “Me rompe el corazón debido a que todos estos años hemos trabajado para incrementar la visibilidad de las mujeres y ahora le estoy diciendo a mis mujeres en Afganistán que se escondan y desaparezcan. Sus vidas están en peligro”.
Popal, de 34 años, apenas puede comprender la velocidad de la caída del gobierno afgano y la sensación de ser abandonadas por las naciones occidentales que ayudaron a derrocar a los talibanes en 2001.
Tras huir con su familia cuando el Talibán tomó el control de Kabul en 1996, Popal regresó a Afganistán hace dos décadas como una adolescente que vivió en un campamento de refugiados en Pakistán. Gracias a la protección de la comunidad internacional, Popal era optimista de que se fomentarían los derechos de las mujeres.
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