En la época de los 40 uno de los equipos más débiles que disputaba la Copa América era Ecuador. Desde 1939 llevaba solo tres participaciones y demasiados goles en contra y por eso carga hasta nuestros días uno de los mayores saldos negativos en las estadísticas sudamericanas.
Y Argentina fue el verdugo más cruel de los ecuatorianos. En la edición de 1941, jugada en Chile, le metió media docena de goles, quedaron 6 a 1.
Un año más tarde, el tablero que marcaba los goles en el estadio Centenario se quedó sin funcionar porque los argentinos habían traspasado el límite previsto, que era de 10. Ese día se daría la goleada más grande en la historia de la Copa: Argentina 12, Ecuador 0.
Habría que esperar 33 años para que algo similar a lo de Montevideo ocurriera en el marco del torneo de selecciones. Un equipo argentino dirigido por César Luis Menotti y con la contundencia goleadora de Mario Kempes derrotó a Venezuela por 11 a cero en la fase clasificatoria para la Copa América 1975.
La goleada del Centenario, que es la historia que nos ocupa, quedó registrada un día de verano, el 22 de enero de 1942. Los ecuatorianos venían con la moral por el suelo porque los uruguayos le habían ganado 7-0 en el partido anterior.
Por eso no asombró demasiado, pues para cuando los equipos se marcharon al descanso el marcador del estadio señalaba un triunfo 6-0 a favor de Argentina. Apenas reiniciado el partido el goleador Herminio Masantonio puso el 7-0.
La Revista Centenario contó lo ocurrido entonces: “Todo el público uruguayo alentaba a Ecuador y, como los argentinos demostraron indiferencia en conseguir nuevos tantos, comenzó a gritar cosas inconvenientes en contra de Masantonio y Moreno, lo que originó una reacción de parte de éstos en contra, lógicamente, de los ecuatorianos. Cuanto más silbaban y ofendían a Masantonio, él se empeñaba más en hacer goles. Sin este antecedente, tal vez la cifra se hubiera detenido en siete u ocho”.
Masantonio hizo cuatro goles, pero el que fue la estrella de la noche fue José Manuel Moreno que, con cinco goles, se convertía en el mayor goleador en un partido de la Copa América igualando a Juan Andrés Marvezzi, quien también le había convertido cinco a los ecuatorianos el año anterior en Chile.
Moreno fue uno de los jugadores más célebres de Argentina no solo por su excelente capacidad técnica y goleadora, sino también por su personalidad extrovertida y modo de vida bohemio.
Maradona dijo que cuando le dieron el premio del mejor futbolista argentino de todos los tiempos “estaba fascinado, pero a la vez me daba vergüenza dejar atrás a nombres como Moreno".
Siendo fanático de Boca Juniors, donde se fue a probar y lo rechazaron, terminó jugando en River, el acérrimo rival. Allí haría su brillante carrera formando una delantera formidable con otros futbolistas tan brillantes como él.
Le encantaba bailar el tango todos los días en los centros nocturnos. “Aunque parezca mentira es una buena gimnasia porque da estabilidad, agilidad y compás”, decía. “Los días de partido me quedaba hasta las doce en la cama para relajarme bien. Después comía una manzana, a veces un churrasco, pero muchas veces salía a la cancha con el estómago vacío”.
Fue campeón en cuatro países distintos: Argentina, México, Chile y Colombia.
A México fue en 1944 a jugar en el Real España. Eso le valió para que le quedara para siempre el apodo de “El Charro” Moreno.
“Fue cuando me vestía de charro con unas pilchas de primera... Allí conocí a Errol Flynn, a Bette Davis. Allí cerca mío, tomando una copa... Y yo siempre fui bastante aficionado a esa vida, a la gente que está en eso.
"También era la gran época de los boleros y fui casi inseparable de Agustin Lara cuando estaba casado con María Félix... Íbamos a los toros con Jorge Negrete, con Tito Guizar, con Cantinflas... Y me gustaba andar de charro, porque pensaba que ésa era una manera de retribuirle a toda esa gente su amistad, su hospitalidad”.
José Manuel “el Charro” Moreno, estuvo metiendo goles hasta los 44 años. Convirtió 243 veces, cinco de los cuáles rompieron el tablero del centenario aquel enero de 1942.
Era tan bueno que hasta terminó jugando en el club de sus amores: Boca Juniors.