Hay un perfume distinto en la Ciudad de México. Un paisaje despejado, optimista. En cada servicio hay una sonrisa, en cada trámite, cierta prisa. La gente se desayuna al futbol, se bebe la rivalidad y le pone dos de azúcar a las ansias. La playera de Cruz Azul está por debajo de la corbata; la del América, detrás de la camisa. La ciudad se divide y se paraliza...
El antagonismo se reedita en una capital de país ansiosa, que observará la máxima confrontación existente en Liguilla. Fueron 27 duelos anteriores los que confirman que este Clásico es todo menos joven.
Se jugarán los partidos 28 y 29, en instancias definitivas, como muestra de que la grandeza sabe chutar. Nadie ha disputado tantas series entre sí, como lo han hecho azulcremas y celestes. Nadie le debe tanto a la anécdota definitiva.
Por eso el viento sopla más fuerte, el pasto crece más rápido y el tránsito se acelera, mientras la ciudad se congela, consumida en lo que está por venir en el último juego entre La Máquina y las Águilas en el Estadio Azul, que tendrá avisos de nostalgia en cada lámpara que iluminará y recorrerá, como una cascada de fuego, el campo de los recuerdos.
Como el cruzazulino es alérgico al amarillo, sus tambores temblarán y resonarán con el músculo de la voluntad desde la cabecera de un inmueble en donde sobreviven más los que tiene fe, que los fuertes. Cantarán con la garganta del presente aspirando al futuro, porque no les conviene alzarle la voz al pasado. Porque ahí está el americanista, vestido de paternidad, con un puro encendido que le quema al rival en lo más profundo de la memoria en los años recientes.
Hoy quizás la afición de las Águilas no será más en el estadio, pero nunca será menos en el imaginario colectivo de aquel filoso recuerdo de plata, que aún su sangre derrama...
Han pasado muchos años ya desde aquella campaña 1971-72, en la que Cruz Azul venció claramente 4-1 al América, en la Final.
La Máquina sólo ha vencido en ocho de los 27 encuentros de Liguilla a unas Águilas 13 veces victoriosas. Lo demás son empates, reservados para los archivos de las entrometidas estadísticas, que lo dicen todo y a la vez nada con su voz de polvo.
El pretexto de futbol a través del tiempo ha sido suficiente para que hoy y el domingo la Ciudad de México lata, respire, desayune, coma y cene pelota. El Clásico Joven hace mucho que es mayor de edad...