Las escenas sexuales que cambiaron el rumbo del cine para siempre
Si hablamos de escenas de sexo en películas, ¿cuál es la primera que se te viene a la mente?
Tal vez sea aquella tensa y abrupta de Secreto en la Montaña en la que Jake Gyllenhaal y Heath Ledger le dan rienda suelta a su pasión. Quizás sea alguna de las innumerables fantasías masculinas perpetuadas por un tal James Bond.
Sea cual sea, es justo decir que ningún otro aspecto de la experiencia humana capturado en 24 fotogramas por segundo, ha suscitado tanto debate público, desprecio político e indignación moral a lo largo de las décadas como el sexo.
En el cine actual, el sexo desempeña un papel muy secundario, aunque sea imposible ignorar los ardientes físicos de los protagonistas de las películas de superhéroes.
Al evaluar este aparente declive en el erotismo en pantalla, los críticos apuntan al poco interés por el drama adulto de mediano presupuesto, que se ha visto opacado por el streaming y el aumento de las franquicias de películas para toda la familia (piensa en lo que hace Marvel). Un artículo de Playboy de 2019 descubrió que solo el 1.21% de las películas estrenadas desde 2010 mostraban sexo, el total más bajo desde la década de 1960.
Está claro que no siempre fue así. Revisemos algunas de las escenas más candentes en la historia de la pantalla grande.
SOY CURIOSA: AMARILLO (1967)
Dirigida por Vilgot Sjöman
Si miramos al pasado, ¿quién se acuerda de por qué todo el mundo se puso tan nervioso con el famoso éxito del cine erótico-político de Vilgot Sjöman?
Cuando el retrato casi experimental de un joven de 24 años de la izquierda radical de Estocolmo llegó a los cines estadounidenses en la primavera de 1969, este sonó como una declaración de guerra cultural: el estado de Massachusetts prohibió la película por considerarla pornografía y la policía de Boston confiscó las cintas de un cine local, cuya orden judicial solo fue anulada por cuatro recursos legales que llegaron hasta el Tribunal Supremo. En Houston, un pirómano incendió un local que decidió proyectarla. Roger Ebert la tachó de “estúpida, lenta y carente de interés”, mientras que Rex Reed la describió como la obra “vil y repugnante” de “un sueco enfermo con un ego abrumador, aficionado a fotografiar el vello púbico”.
Pero, ¿qué hizo que los reaccionarios se escandalizaran con tanta facilidad?
No mucho: una cachondeo explícito (eludiendo cualquier penetración real) en pantalla, una vigorosa secuencia que hacía énfasis en las expresiones y que termina con el delicado beso de Lena al pene flácido de su amante. Desde la perspectiva de nuestro insensibilizado presente, estas provocativas escenas parecen casi pintorescas. No vemos penetraciones, solo el miembro en reposo y el vello púbico que tanto alteraron a Reed.
El exitoso estreno de la película demostró su propia tesis contracultural, planteada previamente por Orwell en 1984, de que la ingobernabilidad de tener sexo representa la única amenaza verdadera para una sociedad empeñada en mantener su status quo hegemónico. A los fascistas de Massachusetts no les asustaba el sexo, les asustaba perder su control sobre un público que estaba adquiriendo nuevas ideas sobre el poder y la autoridad. De repente, para gran horror de las autoridades, un toque de perversión hacía que una persona pareciera sofisticada e inteligente; Johnny Carson promovía la compra de entradas para ver la película, y Jackie O. ponía en práctica su judo con un paparazi que le tomó una foto a la salida de una proyección. (En Mad Men, queda claro lo cool que es Megan por llevar a Don a ver la película). Los gustos han cambiado, sí, pero sigue habiendo dos bandos. Los enemigos de la libertad personal siempre tratarán el desenfreno de los genitales como una rebelión que hay que aplastar.
- Charles Bramesco, crítico de cine independiente.
DON'T LOOK NOW (1973)
Dirigida por Nicolas Roeg
Aunque la mayoría de los acontecimientos de Don't Look Now (1973), el clásico de terror de Nic Roeg, no se los desearías ni a tu peor enemigo, las escenas de sexo entre el matrimonio formado por John (Donald Sutherland) y Laura (Julie Christie) son otra cosa. El sexo se hace presente como una válvula escape a la realidad, cuando en un hotel de Venecia, la pareja se prepara para salir a cenar.
Esta escena se mueve en dirección contraria a las actuaciones coreografiadas que el público esperaba de los brillantes thrillers eróticos de los años 80 y 90. La pareja es atractiva, pero no está filmada con el objetivo de crear la ilusión de perfección: los vientres tienen pliegues, el vello corporal es pulcro, pero existe. Mientras tienen sexo, cambian de posición unas cuantas veces, y la película decide no cortar en momentos como cuando intentas cambiar de posición sin despegarte de tu pareja, lo que puede conseguirse de forma elegante, torpe o una mezcla de ambas. Son tiernos el uno con el otro, pero también apasionados, con las manos en el cabello, manos, hombros, brazos, y espalda del otro.
Lo más importante es que la pareja mantiene una comunicación constante, no muy verbal, pero siempre prestándose atención, manteniendo un hilo de conexión, ocupando el mismo mundo. Teniendo en cuenta las circunstancias de su visita a Venecia (están de luto por una trágica muerte), el hecho de que haya risas en esta escena de sexo es atrevido y bello también, un bienvenido reconocimiento de lo imposible que es vivir exclusivamente en un solo plano emocional durante demasiado tiempo y de que los seres humanos somos criaturas complicadas.
Pero el montaje es lo que realmente lleva a este secuencia a ser una de las mejores escenas de sexo de todos los tiempos, ya que el editor Graeme Clifford va y viene entre el sexo y el momento en el que vemos a la pareja vestirse después. Vemos escenas de Laura sola, poniéndose sus joyas, y a John sirviéndose un poco de whisky, yuxtapuestas con otras secuencias de sexo. Esto capta algo de la melancolía que puede contener el buen sexo, que, como expresa hábilmente el montaje, tiene algo que ver con el hecho de que no importa lo maravilloso que sea, siempre habrá que volver a ponerse la ropa y regresar a nuestras vidas.
- Catherine Bray, crítica de cine independiente.
BOUND (1996)
Dirigida por Lana y Lilly Wachowski
En el thriller policíaco Bound (1996), de Lana y Lilly Wachowski, Corky, interpretada por Gina Gershon, observa los paralelismos entre robar y tener sexo: “Dos personas que quieren lo mismo se meten en una habitación y hablan de ello. Es como coquetear. Es como un juego previo porque cuanto más hablan de ello, más mojados se excitan”.
Describir la excitación sexual como humedad, en contraposición a la dureza, reafirma que Bound es una obra femenina dentro de un género históricamente masculino. Aunque esto era radical a finales de los noventa, es importante recordar que el sexo que Corky y Violet, interpretada por Jennifer Tilly, tienen en la película, no tiene una motivación especial.
Hoy miramos atrás y vemos a Bound como una película con dos lesbianas que ocultaban su identidad en aquella época (la cinta empieza incluso dentro de un armario).
Para que la escena de sexo central de la película fuera lo más auténtica posible, se contrató a Susie Bright como coordinadora de intimidad para guiar a Gershon y Tilly en el proceso. Bright dijo a las actrices en el set: “Las mujeres tienen un órgano sexual. ¡Se llama mano!”.
La escena es única. Visiblemente consensuada, llena de sudor, con la cámara acercándose a los pies de las mujeres, a sus dedos en la boca de la otra, a las sábanas que son tiradas con fuerza mientras llegan al clímax. El calor es abrumador.
La escena le dio a Bound una calificación para mayores de 17 años, una decisión que las Wachowski consideraron homofóbica pues no había desnudez frontal completa. Cuando impugnaron la decisión, la respuesta fue que Tilly había sido demasiado convincente en su masturbación simulada. En otras palabras, las Wachowski habían creado una escena lésbica que fue más realista que incluso las que veíamos en el cine erótico, y eso se consideró inadmisible. Hay pocas escenas de sexo, lésbicas o no, que pongan todo su énfasis en el placer de los propios personajes.
- Lillian Crawford, crítica de cine independiente.
CRASH: EXTRAÑOS PLACERES (1996)
Dirigida por David Cronenberg
Quien lo entendió, lo entendió: la historia erótica-automovilística Crash: Extraños Placeres, de David Cronenberg, es una de las películas más sensuales que se han hecho jamás.
Solo un cineasta tan profundamente en sintonía con las capacidades transformadoras del cuerpo humano como Cronenberg podría tomar la provocativa historia de JG Ballard, de personas que se excitan por accidentes automovilísticos, y convertirla en una conmovedora reflexión sobre quienes viven al margen de la sociedad, la fluidez de la sexualidad y la búsqueda del placer en un mundo cada vez más tenso y desconectado. Además, en nuestro desinfectado clima de cultura pop donde se siente de alguna manera novedoso ver, incluso, una migaja de deseo sexual representada en la pantalla, Crash sigue siendo un faro de progresismo, ondeando la bandera para todos nosotros: seres que exigen del sexo más que un cuantos minutos de la posición del misionero y contacto visual incómodo.
En Crash, el matrimonio abierto de James y Catherine Ballard (James Spader y Deborah Kara Unger) se ha vuelto cada vez más insatisfactorio, hasta que un fatal accidente automovilístico los lleva a conocer a la doctora Helen Remington (Holly Hunter) y el doctor Robert Vaughan ( Elías Koteas).
Su introducción a un mundo donde la carne y el acero se cruzan constantemente los conduce a un despertar sexual, pero el placer del cuarteto se basa en una verdad: hay evidencia científica de que el miedo y la adrenalina contribuyen a la excitación. El plato fuerte de la película es cortesía de un lavado de autos.
James observa a su esposa teniendo sexo rudo con Vaughan por el espejo retrovisor, mientras su vehículo se arrastra a través del rocío, el fuerte golpeteo mecánico y el apocalíptico tambor de agua retumbando contra el parabrisas se contrapone con los jadeos de excitación. Más tarde, desnudo en su dormitorio, James evalúa sus moretones y viejas cicatrices con reverencia y los besa con ternura. A medida que nos convertimos en voyeur de este despertar psicosexual, depende de nosotros averiguar el significado de la relación de James y Catherine (marcada por las actuaciones frías y desapasionadas de Spader y Unger), aunque esta escena demuestra que hay un profundo afecto presente en medio de la premisa lasciva.
Su grandeza no sólo radica en la representación desnuda del deseo carnal, sino en la aceptación anticipada de Crash de la no monogamia ética y el afecto dedicado a la imperfección física. Cronenberg confronta el consumo impasible de sexo y violencia en los principales medios de comunicación, luego llama a la audiencia a cuestionar su propia reacción ante tales imágenes, ya sea indignación o excitación. La mejor representación de repulsión y deseo por compañeros de cama tan seductores.
- Hannah Strong, editora digital de Little White Lies.
JUEGOS PERVERSOS (2003)
Dirigida por François Ozon
Me encanta cualquier arte que aborde el sexo con sentido del humor. Lo ideal sería que el sexo en el cine también fuera sexy, sin embargo, con demasiada frecuencia se desaprovecha el potencial cómico de un acto sexual que, en la vida real, suele ser un poco vergonzoso y tonto. Por eso me encanta François Ozon, un cineasta que sabe encontrar el humor en las humillaciones de la vida, con una sensibilidad descarada y caballeresca que desentona con nuestros tiempos piadosos, en el mejor de los sentidos.
En su thriller erótico La Piscina, la escritora de novelas policíacas de mediana edad Sarah Morton, interpretada por Charlotte Rampling, intenta hacerle frente al bloqueo del escritor con una estancia en la casa de campo de su editor. Su tranquilidad se ve alterada por la llegada de una joven que dice ser la hija del editor, Julie, interpretada por Ludivine Sagnier.
Los días de Julie consisten en holgazanear en bikini, sumergirse en llamadas triviales, y ponerse tacones y crop tops para aventurarse al pueblo cercano y llevar a casa a hombres mayores sin mucho atractivo. Los “afortunados” no pueden creer en su suerte, pero al mismo tiempo parecen inquietarse por las travesuras de la joven al grado que todos ellos tienden a desaparecer por las mañanas.
La primera de estas hazañas es mi favorita. Sobre todo porque es la más divertida. Una noche, Julie vuelve con un hombre que lleva una chaqueta de terciopelo y un desafortunado corte de pelo en forma de hongo, con quien procede a tener un poco de sexo. La fría y rígida Sarah baja sigilosamente a mirarlos a través de la puerta de cristal de la cocina, suficiente para sugerir un interés voyeurista. Julie le echa un vistazo y, avergonzada, Morton vuelve al piso de arriba y se sienta en la cama para ponerse unos tapones en los oídos.
Todos los implicados parecen solitarios e indiferentes entre sí. Bueno, a veces el sexo puede ser así, ¿eh?
- Rachel Connolly, escritora independiente.
EN CARNE VIVA (2003)
Dirigida por Jane Campion
Una cinta neo-noir oscuramente auténtica sobre una aventura que sucede a la sombra de una espeluznante investigación de asesinato: una premisa no necesariamente muy ardiente. Sin embargo, En Carne Viva, la ampliamente incomprendida adaptación de la novela de Jane Campion, de 2003, puede presentar algunos de los momentos más eróticos del deseo femenino en la pantalla.
Malloy, un detective escueto y de bigote (Mark Ruffalo), y Frannie (Meg Ryan) recrean, en el departamento de ella y a oscuras, un posible atentado en su contra. Parado detrás de ella, él le preguntando muy la ligera si la estrangularon con el brazo izquierdo o derecho; luego, el hombre cambia sus brazos ejerciendo presión detrás de ella, mientras la mujer respira temblorosamente. A través de la fina tela del vestido de verano de Frannie, Malloy pasa una mano por su pezón.
Pero luego la dinámica cambia: ella se da la vuelta, lo mira y dice las palabras mágicas: “está bien”. Mucho antes de que se considerara esperado indicar consentimiento por parte de uno o ambos personajes, Campion ya lo estaba dejando claro.
Campion, cineasta feminista por excelencia, crea una escena de sexo que es también una clase magistral de tensión y liberación sexual, del gato y el ratón, del dominio y la sumisión: es decir, sexy y sin mesura. El incitador estilo de Campion se desarrolla para ofrecer un ritmo propio, una especie de incertidumbre tartamudeante, sin aliento, intermitente, que refleja la propia ambivalencia de Frannie sobre Malloy: ¿es posible que sea un psicópata? Esa es una gran pregunta que tienes que hacerte sobre la persona con la que tienes sexo. Los comentarios leves de asfixia y dominación (“Quítate eso”, le exige Malloy desde la cama mientras ella lo mira en ropa interior) pueden ser una cosa, pero Frannie también puede hacer sus propias demandas: una de ellas es que Malloy use condón.
A principios de los años noventa (una época de juvenilismo en torno al cuerpo de la mujer y de comedias sexuales para adolescentes de mala hechura) Campion se adelantó al deseo femenino, la fantasía de la sumisión y el consentimiento. Las escenas de sexo de En Carne Viva son una lección sobre el hecho de que el sexo seguro y consentido puede ser transgresor y ardiente. Y si el hecho de que Frannie sospeche que el detective puede, de hecho, ser también un asesino suena desagradable, el resultado es una exploración mucho menos preestablecida (y más genuinamente ambigua) de las dinámicas de poder sexual de lo que podría pensarse.
Cualquier mujer heterosexual debe enfrentarse a la idea de que el hombre con el que se acuesta podría matarla: Campion pone en primer plano esta dinámica, sin literalizarla, y nos muestra que el peligro es un elemento potente en una escena de sexo que traspasa los límites y nos deja sin aliento.
— Christina Newland, crítica de cine de The I Paper.
SED DE SANGRE (2009)
Muchas de mis escenas de sexo favoritas sirven de inspiración “caliente” para desnudarse y forjar conexiones alucinantes mediante “la bestia de dos espaldas”. Pero incluso las mejores vidas sexuales tienen decepciones, y el trío maldito de Sed de Sangre (2009), de Park Chan-wook, es un recordatorio de lo incómodo, alienante y francamente asqueroso que puede llegar a ser.
Después de que el sacerdote convertido en vampiro Sang-hyun (Song Kang-ho) es manipulado por su amante Tae-ju (Kim Ok-bin) para matar a su odioso y enfermizo marido Kang-woo (Shin Ha-kyun), los dos se acomodan provisionalmente para un respiro sexual. Desgraciadamente, la culpa los persigue hasta el dormitorio, y el fantasma de Kang-woo se une a ellos en su estrecha cama de agua, con la carne fría y azulada y una nariz permanentemente mocosa goteando sobre sus rostros poco excitados. A pesar de la resolución de continuar y de algunos empellones impresionantemente apasionados, la única persona que disfruta de verdad es el jadeante fantasma, metido con entusiasmo entre las ingles de la pareja.
Sang-hyun intenta asegurar a la mujer que ama que “todo es una ilusión”, pero incluso después de terminar, “la ilusión” es una presencia poderosa, pues el fantasma está tumbado en un feliz resplandor postcoital, mientras la pareja de amantes parece totalmente asqueada del acto que han llevado a cabo. Lo que Thirst capta no es solo lo existencialmente devastador que puede ser el mal sexo. Más allá de los placeres básicos de la carne, el sexo puede proporcionar un escape de la mundanidad de la existencia y la brutalidad del mundo que te rodea. Por eso, cuando los protagonistas se ven privados de esa posibilidad, la película hace una afirmación escalofriante, aunque hilarante: si incluso en el éxtasis cargas con tus pecados, ¿qué esperanza hay de volver a ser feliz?
Robar a nuestros personajes el potencial de tener un momento trascendental de “la muerte chiquita” es el momento más cruel de Sed de Sangre. Incluso en una película sobre la maldición del vampirismo, ese trío es el recordatorio más contundente de que hay destinos peores que la muerte.
- Leila Latif, presentadora de Verdad y cine y redactora colaboradora de Cine Total.
WEEKEND (2011)
Los hombres homosexuales, más que la mayoría de las personas, están acostumbrados a ver su vida sexual abreviada en la pantalla. Incluso en estos tiempos más permisivos, para el público general, la visión de dos hombres en plena faena sexual conserva esa sensación de tabú: algo que la gente puede tolerar si no tiene que ver cómo es. Por eso, la mayoría de las veces, la narrativa gay en el cine tiende a ser tímida, evitando el acto u ocultándolo con buen gusto: incluso en películas queer tan emblemáticas como Brokeback Mountain, Moonlight o Call Me by Your Name.
A primera vista, Weekend, el delicado drama rompecorazones de 2011 de Andrew Haigh, sobre una aventura gay de dos noches que anhela ser algo más, parece adoptar el mismo enfoque: tiene prisa por unir a sus amantes.
En los primeros 10 minutos, el solitario socorrista de Nottingham Russell (Tom Cullen) se “liga” al estridente estudiante de arte Glen (Chris New) en un club gay a punto de cerrar, y lo lleva a su casa. Y luego, corte: a la mañana siguiente, los dos están en la cama esperando a que suene la cafetera. Parece una evasiva, pero Weekend cuenta con dos escenas de sexo más, cada una de las cuales revela más cosas a medida que estos extraños se compenetran más íntimamente, mientras Haigh presta tierna atención a los pequeños gestos e intercambios que rodean al sexo gay: el momento mágico en que la conversación disminuye, se detiene y se disuelve en los preliminares, los tímidos mordiscos en los pezones, el descubrimiento mutuo de llevar el pene de otro hombre a la boca y la búsqueda de una toalla para limpiar el semen.
La escena de sexo final, la más larga, renuncia a los ideales pornográficos en favor de una incómoda superposición de miembros y negociaciones de posición, pero funciona: el orgasmo, cuando llega, es uno por el que han trabajado y para el que han trabajado. Weekend es convencionalmente sexy, sin duda, con sus planos suaves y sútiles de traseros perfectos en movimientos agitados y bocas humedecidas que se encuentran en medio de un éxtasis borroso. Pero también es inusualmente reconocible, en sintonía con los cuerpos de los hombres homosexuales y lo que realmente hacemos con ellos para un público de una persona. Y eso es aún más excitante.
- Guy Lodge, crítico de cine independiente.
120 BEATS PER MINUTE (2017)
Dirigida por Robin Campillo
Ambientada en la tumultuosa epidemia de sida en la década de 1990, 120 Beats per Minute, de Robin Campillo, lleva a la audiencia al centro de la sección parisina de ACT UP, el grupo de defensa contra el sida. El grupo bombardea a las empresas farmacéuticas, reclamando la atención de políticos y burócratas apáticos, realizando protestas en las calles y discutiendo apasionadamente lo siguiente en la agenda, pero también enamorándose y desenamorándose. A menudo se olvida que el sexo tiene dimensiones políticas, ya sea en la pantalla o fuera de ella, pero aquí es imposible pasarlo por alto, como refleja una escena inolvidable.
Cuando uno de los miembros más francos del grupo, Sean (Nahuel Pérez Biscayart), empieza a ver que su trabajo y su vida llegan a su fin, el resto de los activistas, incluido su amante Nathan (Arnaud Valois), deben planear qué es lo siguiente que les espera. Todos hacen lo que Sean siempre hubiera querido: irrumpir en una conferencia sobre seguros médicos y lanzar sus cenizas como si fuera una metralla. Al ritmo de un compás, esta acción se estrella con Nathan teniendo sexo por duelo con una amiga y compañera de ACT UP, contraponiéndose con los activistas moviéndose al son de golpes melódicos y pitidos de electrocardiograma. Mientras las cenizas de Sean vuelan por los aires, el espíritu galvanizador de querer más justicia, más vida y más placer perdura literalmente en el aire. Al desmenuzar sexo y política, deseo y poder, la cámara de Campillo atrapa el polvo de la historia queer.
- Kyle Turner, crítico de cine independiente.
PASSAGES (2023)
En lo personal, resulta bastante molesto elegir una escena de sexo tan nueva que quizás pocos han visto. Pero también se siente como el momento indicado, como cuando el éxito de Sundance de Ira Sachs, que se estrenó en enero, se sintió como una sexy premonición. Justo en el momento en que el discurso en línea sobre el sexo en las películas estaba alcanzando nuevos mínimos históricos, cada vez más puritanos, Passages irrumpió en escena, justo como lo hace Franz Rogowski con un top de malla que dejaba al descubierto su estómago, rebosante de deseo, repugnante de lujuria, inequívocamente empapado de sexo, y de todas las formas en que nos molesta.
Rogowski interpreta al cineasta narcisista Tomas, quien se aleja de su compañero de toda la vida Martin (Ben Whishaw) para irse con Agathe (Adèle Exarchopoulos), un asunto también insostenible dada su tendencia al autosabotaje. El arreglo triangular tiene un sabor europeo de los años 60, pero las escenas de sexo son deslumbrantemente modernas, tanto eróticamente vívidas como relatablemente prosaicas: esta no es la escena de sexo de cuerpos retorciéndose con un enfoque suave y entre acercamientos delicados a rostros contorsionados en éxtasis. Estos encuentros, homosexuales y heterosexuales, son severos, a menudo se desarrollan en tomas largas y no dejan de lado las pequeñas colisiones y las incomodidades del sexo real y urgente.
Rogowski interpreta al narcisista cineasta Tomas, que se separa de su pareja Martin (Ben Whishaw) con Agathe (Adèle Exarchopoulos), pero ese romance también resulta insostenible dada la tendencia de Tomas al autosabotaje. La disposición triangular tiene un sabor europeo de los años 60, pero las escenas de sexo son increíblemente modernas, a la vez eróticamente vívidas y relatablemente prosaicas: no es la escena de sexo de cuerpos retorciéndose en un enfoque suave entre cortes delicados a caras contorsionadas en éxtasis. Estos encuentros - homosexuales y heterosexuales - son intensos, a menudo se desarrollan en tomas largas, que no eliminan los pequeños choques y torpezas de una follada real y urgente.
De hecho, la más intensa es una secuencia larga e ininterrumpida de la espalda desnuda y las nalgas de Martin empujando su humanidad contra la de Tomas tumbado y casi oculto durante uno de sus reencuentros. Y preguntarás ¿La escena ayuda a que la trama “avance”? No, pero si esa es tu forma de medir las películas, te ahorro la molestia de ver alguna película: entrar a Wikipedia siempre será una forma mucho más eficaz de enterarte de la sinopsis. Lo que hace la escena es mucho más que eso: estamos viendo sexo, pero estamos viendo un momento prismático en el que el deseo sexual se fragmenta en su espectro constitutivo de ira, lujuria, dolor, ternura, impotencia, ferocidad, euforia y dolor. Es todo un caos, pero está buenísimo.
- Jessica Kiang, crítica de cine independiente.