La ceremonia, en teoría, es la misma una y otra vez alrededor del mundo. Pero no aquí, no en México, donde una grada vibrante hace (toda) la diferencia. El Gran Premio de México tiene un ambiente eléctrico, que no bajó su voltaje respecto al año pasado y promete no hacerlo en el corto plazo.
Cuando la F1 sufre por recuperar su popularidad y construir nuevas audiencias es la misión del nuevo dueño del deporte, el grupo estadounidense Liberty Group, el GPMX ofrece una bocanada de aire fresco a la categoría, con una experiencia que sólo ofrecen las pistas clásicas del calendario.
Imposible pensar en un viernes con 90 mil personas en Asia, la última conquista de la F1. El Hermanos Rodríguez es el polo opuesto: una afición entregada desde la Práctica 1 hasta que cae la bandera a cuadros. La tribuna, por supuesto, no puede darse el lujo de ser excluyente: ahí están los aficionados duros, conocedores, y los 'nuevos', que llegaron con la novedad de 2015. El plan es que estos fans de ocasión pasen, con los años, al otro grupo.
El punto alto de los tres días en la Ciudad Deportiva. El autódromo se entrega por completo en el desfile de pilotos y eleva el "México, México" cuando aparecen en escena Sergio Pérez y Esteban Gutiérrez. La emotividad sigue cuando cruzan el cielo los 'cazas' del Ejército Mexicano para pintar tricolor el cielo del oriente de la ciudad.
La recta principal entrega también un espectáculo único, casi un compromiso con las miles de personas ubicadas en esa grada y que pagaron 18 mil pesos (o más) por estar ahí. Las grid girls, las banderas, la banda militar, el Himno Nacional entonado por el coro de niñas raramuri, todo perfectamente ejecutado. Entretenimiento al estilo primer mundo.
México confirmó la fórmula del Gran Premio exitoso, que servirá por un tiempo, en lo que el show en pista termina por dar el verdadero fruto.