El Palillo Martínez es un hervidero de emociones, al menos en una de sus dos gradas, la única poblada por cientos de aficionados, que en ningún momento dejan de apoyar a su equipo preferido.
Cada vez son más las camisetas oficiales, jerseys y gorras de los cuatro equipos participantes en un certamen que atraviesa su ocaso, pero que hoy se vive con total compromiso hacia los colores y el proyecto.
No es cuestión de edad. Desde niños inquietos hasta atentas abuelitas se muestran emocionados con cada error, jugada espectacular y, por supuesto, anotación; esta vez, el sentido de identidad va más allá del griterío habitual de una porra.
Matraca en mano y en otros casos con estrafalarios gorros, como la cabeza de un dinosaurio en apoyo a los Raptors, los fanáticos de la Furia Verde contagian de un buen ánimo que se vuelve contagioso por cada rincón del inmueble.
Sobre el emparrillado se deja todo cada que el ovoide está en disputa, en las gradas se levanta el alarido para apoyar a un puñado de jugadores a los que, por fin, el deporte hace justicia.
El sonido local nunca deja que se apague la fiesta; la música, siempre a tope, invita a bailar al espectador cada que el partido cae en un bache, y es la misma energía de la afición la que envuelve a los equipos en cuestión.
El duelo entre Raptors e Eagles no fue la excepción, y los ahora jugadores profesionales mostraron el mismo compromiso con la tribuna, celebrando ante ella cada que la situación lo amerita e invitándole, como cada domingo, a apoyar una valiente iniciativa que, de cara a la definición del título, recoge sus primeros frutos.