Pese a la intensa contaminación que cubre Beijing, con uno de los niveles más altos de los pasados meses, decenas de miles de corredores se lanzaron a primera hora a sus calles para participar en la trigésimo cuarta maratón de la ciudad, que esta vez tuvo a las mascarillas como protagonistas.
Antes de las 7 de la mañana y con una concentración de casi 400 microgramos por metro cúbico de aire de partículas PM2,5, aquéllas de un diámetro inferior a las 2,5 micras y consideradas las más perniciosas para la salud, los participantes llenaban con sus dorsales naranjas la plaza de Tiananmen, donde arrancaba la carrera.
Pese a estar bajo alerta casi naranja por la contaminación (un nivel inferior a la roja, la máxima), los corredores se parapetaron tras mascarillas de todo tipo, desde las clásicas quirúrgicas hasta potentes máscaras antigás que, por otro lado, dificultaban un poco el ritmo de la carrera.
"Al principio había más gente con mascarillas, pero, con el tiempo y al ser conscientes de cómo entorpecían el ritmo, la gente empezó a tirarlas", dijo a Efe Hanneke De Groot, quien consiguió superar las inclemencias del tiempo y llegar a la meta, aunque antes de arrancar la carrera prefirió no comprobar el índice de polución.
"Menos mal que no lo hice antes de salir de casa", asegura.
Y es que, aunque los ciudadanos de Beijing ya contaban con la posibilidad de tener que afrontar los 42 kilómetros de la carrera, o la mitad del maratón para los menos duchos en estas artes atléticas, bajo un cielo gris, la contaminación fue más alta de lo habitual.