Después de 48 partidos disputados, el ambiente de Rusia 2018 ha disminuido notablemente: las calles ya no están atascadas, el tráfico ha desaparecido y en los bares la tranquilidad ha vuelto. En Moscú, corazón y arteria principal del Mundial, la invasión mexicana es solo un buen recuerdo. No más playeras verdes, sombreros de mariachi y rusas ‘bailando’ música ranchera.
“Estamos felices, pero a la vez muy tristes. Hoy es el fin del sueño (en Rusia), ya vamos de regreso. Listos para ver los Octavos en casa, será raro pero apoyando siempre”, comenta César Serna tomándole la última foto a su esposa en la solitaria Plaza Roja.
El golpe sueco bajó los decibeles mexicanos en tierras mundialistas y, si sumamos las 30 mil personas que ya van de regreso al país, la atmósfera moscovita luce triste.
“Los primeros días en todos lados veías mexicanos. El ambiente era otra cosa: los rusos te ayudaban en el metro, veían zarapes o sombreros y querían foto”, expresa con cierta nostalgia Efraín, originario de Yucatán.
La conexión que los mexicanos hicieron con los anfitriones es algo que ni argentinos o brasileños (similares en cantidad de fanáticos) pueden presumir.
“En mi grupo venimos seis -solo dos solteros- y para los casados ya se nos terminó el permiso. Es mi primer mundial y estoy sorprendido con la cantidad de rusos que aman la cultura mexicana. Les venimos a poner esa sal y pimienta que les faltaba”, asegura Luis de CDMX.
Moscú ya no entró en la agenda de la afición azteca, pues Ekaterinburgo sirvió de refugio antes de partir a Samara para apoyar al Tri en los Octavos de Final ante Brasil. El vacío se siente, la capital ahora cierra los ojos a la 1:00, cuando solía hacerlo hasta las 7:00 horas.