Ni siquiera con la ofensiva final en superioridad numérica, cuando David Soria surgió para frustrar un remate a Moussa Dembélé y el poste repelió una ocasión a Luis Suárez, el Atlético de Madrid encontró el triunfo en Getafe, estancado en las últimas semanas mientras crece el acecho sobre él.
Cuatro empates, contando el de este sábado, y una derrota en las últimas ocho jornadas; una ruta sinuosa de la que tampoco escapó en el Coliseum Alfonso Pérez, donde quizá mereció ganar por lo que creó y propuso en el tramo final, a raíz de la expulsión de Nyom, pero también aguardó demasiado para ir de verdad a por el encuentro.
Un punto es muy poco hoy en día. Porque ganó el Real Madrid unas horas antes y está a seis puntos. Y porque el lunes juega el Barcelona, que está a siete ahora y puede quedarse a cuatro.
La prioridad del Atlético es la Liga. Su posición dominante pone tal competición por encima de la Liga de Campeones. No hay mejor ejemplo que ni siquiera la proximidad del todo o nada en Londres, el próximo miércoles, abrió demasiado espacio a las rotaciones -sólo la entrada de Saúl por Lemar- en el once de Simeone, que ya se recita casi de memoria cada encuentro en los últimos meses de esta campaña.
Dio un plus al equipo. Marcó un gol que no lo fue, superada la hora de partido, porque el balón salió por la línea de fondo antes del centro de Marcos Llorente para el cabezazo del atacante. Antes, también Llorente probó con un remate mordido que se envenenó tanto que Soria debió estirarse para repeler lo más parecido al gol hasta el minuto 55, al que también apuntó Enes Unal instantes después.
Luego, Simeone insistió con los cambios, con la ofensiva, con la entrada al terreno de Dembélé, Lodi y Lemar. El plus que hubiera sido Vitolo lo frenó Simeone por la roja a Nyom, vía VAR, por una entrada excesiva; el Getafe reclamó un posible penalti de Dembélé, que opositó luego al 0-1 con insistencia y mucha ambición.
Su primer remate habría sido gol a no ser por la estirada magnífica de David Soria, también propuso un cabezazo que no logró la colocación deseada y lanzó un partido incierto, en el que el Atlético dio un poste y apretó el acelerador como no lo había hecho antes a por la victoria, desencadenado del plan inicial, quizá por su superioridad numérica, pero también porque despertó su ambición y porque lo necesitaba con urgencia, porque el empate valía muy poco.
Nada que ver con su primer tiempo, porque el Atlético jamás ha perdido en la era Simeone en Getafe, pero casi nunca, tampoco, se ha sentido cómodo.
En la primera hora en el Coliseum, como en cada visita, el Atlético transmitió la misma sensación de que no tiene espacio. No lo hay o no lo encuentra. Es un enredo generalizado que no es simple sortear. Ni para él ni para su rival. Las combinaciones son habitualmente fallidas, limitadas por su oponente, pero quizá también por su falta de velocidad con el balón. Una destreza capital en este territorio tan exigente. En el estadio del Getafe, un segundo de más para pensar, un centímetro más para ejecutar, un control que no sea milimétrico, son un exceso.
Después vino el segundo tiempo, la expulsión de Nyom, la ofensiva final del Atlético, el empate a cero y la frustración del líder.