Hace 30 años, la ciudad se despertó con una trágica sacudida: a las 07:19 horas un terremoto de 8.1 grados richter evidenció la fragilidad de la ‘Ciudad de los Palacios’.
El saldo es conocido: miles bajo las ruinas, algunos vivos bajo el escombro; la capa de polvo cubriendo a la ciudad durante días, mezclado con ecos de lamentos y sirenas de ambulancia.
Hubo 252 edificios derrumbados, 165 en riesgo de colapso inminente, 5 mil con daños severos, 50 mil con afectaciones diversas; 100 mil familias sin hogar, desplazadas; 8 mil millones de dólares en daños materiales y un saldo mortal cifrado entre 3 mil (la cifra oficial) y 20 mil, sólo en el DF.
El Gobierno de Miguel de la Madrid ordenó una mordaza noticiosa, justificada en la idea de no generar más situaciones de pánico, aunque de fondo se advirtió un interés de minimizar la situación.
Esto fue patente en el rechazo a varias ofertas de ayuda internacional e incluso la negativa a abrirle el espacio aéreo a algunas misiones de ayuda que ya se encaminaban al Aeropuerto.
La falta de acción gubernamental llevó a los capitalinos a pasar, casi al instante, del shock y el luto, a las acciones de rescate y supervivencia. Se habla de la organización espontánea de al menos un millón de personas en brigadas de rescate, albergue y seguridad.
A 30 años, repasar las imágenes es recrear el miedo de que en cualquier momento llega otro terremoto, ahora sí el bueno, el que reduce a polvo.
Vivimos bajo una zona de placas tectónicas en constante fricción: el riesgo sigue y puede ser mayor. No nos libraremos de un nuevo despliegue fortuito y feroz de la naturaleza. No obstante, el sismo de 1985 dio lecciones relativas a la voluntad humana y la generosidad; es quizá eso el motivo verdadero de conmemoración y recuerdo.
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