Hugo Sánchez fue una marioneta que colgaba del aire con un hilo invisible amarrado en secreto de alguna nube arriba del Santiago Bernabéu.
Fue también un futbolista aéreo y a la vez terrenal, que con su inigualable catálogo de acrobacias, confirmó que hay goles que se marcan y otros que se enmarcan. Y en esa dinámica, su valor de delantero purasangre no radicaba centralmente en cuántos goles hacía sino en cómo los hacía.
“Las virtudes se sentían cómodas en Hugo Sánchez, porque las hacía muy eficaces y así escondía sus defectos. Se fue del futbol sin que nadie supiera que no sabía regatear, porque nunca lo intentó”, sintetiza Jorge Valdano desde su condición de intelectual del futbol.
Entendido como solución antes de la ecuación, Hugo nació siendo respuesta. “Hugo Sánchez aprecia que existan los obstáculos porque es la única forma de sortearlos. Una vez pidió un sándwich en baguette y le trajeron pan tristemente integral. Los ojos se le iluminaron: pudo discutir con más ademanes que palabras, como si reclamara un penalti”, relata Juan Villoro.
‘Hugol’ fue un jugador espontáneo que no precisaba escalas. “Fue un prodigio en la habilidad de desmarcarse. Todos sus goles los marcó de un toque; no necesitaba una jugada individual o un regate”, reconocía Johan Cruyff.
Hugo fluía en un permanente contrasentido de lo establecido. “Pagué un boleto en el Bernabéu para ver exclusivamente a Hugo Sánchez, sólo a él, no me interesó el partido, así que me puse detrás de una portería. Me di cuenta que iba al revés de la jugada. Quiere decir que cuando lo encontraban, lo hacían de frente a la portería. Hugo me enseñó que el que juega de espaldas a la portería es porque no sabe jugar”, concluye Ángel Cappa.
“Hugo Sánchez fue la llave mexicana que abrió los caminos imposibles”, consideró en algún momento Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo.
Y entonces, como agradecimiento, Hugo se colgó del cielo sostenido por aquel hilo invisible y a dos metros del suelo se tiró de cabeza y de espaldas. Lo que en cualquier caso hubiera sido archivado en alguna comisaría como intento de suicidio, en los pies del ‘Pentapichichi’ era un motivo de vida con la chilena más memorable de la historia ante el Logroñes, que puso de acuerdo hasta a los jugadores con los árbitros. “La ovación con pañuelos blancos duró tres minutos y el silbante Brito Arceo me dio las gracias por haber visto el gol más bonito del mundo”. Ese fue Hugo Sánchez. Un aplauso del futbol.