Son imágenes que se han vuelto frecuentes en los estadios del futbol mexicano: integrantes de porras que se golpean con integrantes de porras rivales o del mismo equipo, seguidores que se enfrentan con la policía, fanáticos que cometen actos racistas.
La Liga MX se ha vuelto más violenta. La época en que las familias acudían a un estadio de futbol a disfrutar de un espectáculo sin correr riesgos empieza a desaparecer.
Algunos seguidores de equipos se esconden bajo el anonimato. Pueden agredir a otro fanático o a un policía, o secuestrar un camión, y muy seguramente quedará impune.
Si llega a ser detenido, será liberado después del pago de una fianza ante la ausencia de una ley que los castigue.
La escena el sábado pasado donde algunos seguidores de Chivas golpean y patean a policías en el Estadio Jalisco no es un caso aislado.
Es algo que se ha vuelto frecuente en cualquier estadio y ciudad del país. Hay porras más violentas. La Libres y Lokos de Tigres es frecuente que esté metida en actos vandálicos. La Resistencia de Gallos, la Rebel de Pumas, o la Sangre Azul de Cruz Azul también.
Los clubes han establecido medidas para controlar a las porras. Algunas de ellas son credencializar a sus grupos o negarles los boletos. Cruz Azul castigó a la Sangre Azul con dos partidos de veto después de que 100 de sus integrantes se metieran al campo el torneo pasado tras la eliminación del equipo. Aunque la porra ya regresó a los juegos, todavía no le permiten que ingresen todos sus integrantes.
Gerardo Liceaga, diputado del PRI, quien presentó en la Cámara de Diputados la iniciativa que previene y sanciona la violencia en los eventos deportivos pone el dedo en la llaga para detener la violencia: "¿Qué estamos esperando, que haya un muerto?". Las autoridades, la Liga, los clubes y los integrantes de las porras tienen la respuesta.