Apenas cede el frío de Moscú al calor que provoca la expectativa de un sorteo mundialista. El termómetro continúa descendiendo en la capital rusa, rebasa los -7 grados centígrados incluso a mediodía, situación que no parece alterar a los habitantes de esta urbe, aunque sí a los visitantes de otras partes del mundo, que se distinguen por los forros extra o por la rara caminata bajo la tenue nevada.
Este no es el mismo invierno ruso que derrotó a Napoleón, pero se percibe como un primo pequeño de aquél, con sensación térmica de -14.
A pesar de qué hay algunos anuncios y espectaculares en las calles moscovitas sobre la justa mundialista, los ciudadanos no se notan enganchados aún.
”Es que no creen mucho en su selección“, opina en un rudimentario inglés Vadik, uno de los más de 450 voluntarios rusos que tomarán parte en el evento del sorteo.
Incluso a la llegada al aeropuerto de Domodedovo, uno de los dos principales de la ciudad, no hay aún el ambiente de fiesta de una Copa del Mundo.
”El frío pone a todos de malas”, asegura Uliana, una chica que despacha los taxis para los visitantes. ”En el verano va a ser distinto”, promete la joven que aprendió “algo” de español gracias a un viaje de intercambio.
El sol no ha asomado a un par de días del sorteo, ceremonia que promete no alterarse por la nieve pronosticada para el viernes, resguardado entre los muros del Palacio Estatal, sobre la Plaza Roja, a un costado de la Catedral de San Basilio, centro de atención para casi todo el mundo, y quizás para algunos rusos.
En los medios de comunicación rusos dedican poco espacio al sorteo.