Cuando se enfrentan dos selecciones de cualquier país, especialmente en Sudamérica, hay muchas más cosas en juego que un mero resultado.
Parece que va la patria de por medio. Nada más observar en la ceremonia de los himnos cómo lo cantan los jugadores y la tribuna. Aunque sea bueno hacerles honor a los símbolos nacionales, ese acto inyecta algo más que energía deportiva en la cancha. Y, si a eso le agregamos el roce físico propio del juego, y hasta la mala intención en esos choques; la gran cantidad de egos que pululan en la cancha; las provocaciones que intentan desestabilizar al rival, más las malas decisiones arbitrales, tenemos la mecha lista para la gran explosión.
Brasil se ha dado a conocer en el mundo del futbol por su estilo goleador lleno de recursos técnicos que tienen en Didí, Garrincha, Zico, Ronaldinho y Rivaldo a sus principales representantes.
Pero no siempre los brasileños han practicado el 'jogo bonito'. En Buenos Aires, en 1925, argentinos y brasileños protagonizaron una batalla campal en medio del partido, algunas crónicas describen a la cancha como 'un inmenso ring de lucha libre'. Hubo de todo. El partido se suspendió media hora, pero lo paradójico es que no hubo expulsados.
En la final de la Copa América de 1937, se repitieron las mismas escenas. Era otro ring, también en Buenos Aires, con distintos luchadores y boxeadores. Todo se puso caliente apenas iniciado el partido con una violenta patada de un brasileño, a eso siguió una pelea entre otro con un delantero argentino. El juez pidió calma. A la media hora del primer tiempo, otro brasileño da tremenda patada a un argentino. Entonces se arma la batalla. Entran los suplentes y es un todos contra todos. También el público invade la cancha. Los brasileños corren hasta el túnel para refugiarse.
El juego se reanudó 40 minutos después con la policía rodeando la cancha. Solo pasaron dos minutos y un brasileño ya había levantado por los aires a un argentino quien devolvió la misma agresión. Se repitieron otras barbaridades, entre ellas una nueva gresca colectiva.
El árbitro decidió terminar el primer tiempo, ¡y todavía faltaban 6 minutos! Pese a los antecedentes explosivos, el partido pudo terminar empatado 0-0.
Con lo caliente que estaba todavía hubo que jugar dos tiempos de 15 minutos cada uno. Era cerca de las dos de la mañana cuando terminó el partido y Argentina el campeón con un 2-0.
Las sucesivas malas experiencias de los brasileños como visitantes en las lides sudamericanas, pese a que no participaron tantas veces como argentinos y uruguayos, terminaron por convencerlos que además de preparar la táctica y la estrategia de los partidos, había que organizarse para las batallas acostumbradas contra rivales, aficionados y policías.
Así lo contaba Tomaz Soares da Silva, 'Zizinho', el jugador más habilidoso que tuvo Brasil, uno de los máximos goleadores en la historia de la Copa América y en el que Pelé se inspiraría.
Recordando un partido disputado ante Perú en 1953, el mediocampista brasileño señalaba que él y sus compañeros salieron a jugar ese partido sabiendo cómo se iban a defender y refugiar en caso de registrarse una pelea masiva. Se ubicarían en una zona de la cancha, de espaldas al alambrado y se defenderían en grupos de tres o cuatro.
El partido se jugó con cierta normalidad hasta que faltando muy poca cosa para terminar, con Perú adelante por 1-0, ocurre una incidencia en el área de los locales que debería haber sido sancionada como penal. Sin embargo, el árbitro decidió hacer la vista gorda. Entonces, el propio 'Zizinho' se encarga de prender la mecha y hacer realidad lo que temían. Le revienta la pelota en la cara del juez. El inglés Charles MacKenna cae al suelo y se arma la gran batalla.
Los brasileños, dicen, terminaron golpeados por adversarios y policías. Eso sí, en una sola zona del campo que habían elegido para defenderse.
Fue una amarga derrota que sería la primera victoria de Perú ante Brasil, pero no tan amarga como la que sufrirían dos semanas después, por 3-2, en la final ante Paraguay.