En medio de las persistentes muestras de indignación por la elección de Qatar como sede, Gianni Infantino no está completamente aislado de las divisiones que genera la próxima Copa Mundial.
La elección de esta sede mundialista, la más controversial en la historia de la FIFA, fue heredada por Infantino en 2016, cuando tomó las riendas del organismo rector del futbol mundial. Sin embargo, decidió mantenerla en pie.
En los últimos años, Infantino ha pasado la mayor parte de su tiempo en la pequeña nación del Golfo Pérsico, en lugar de en la sede de la FIFA en Zúrich. De modo que se ha visto rodeado por los trabajadores migrantes de bajos ingresos que se han encargado de reformar el país, a un coste que Qatar estima en 200 mil millones de dólares.
El compromiso de Qatar de invertir en estadios, hoteles e infraestructuras de transportes no se ha visto siempre acompañado de protecciones para los trabajadores ante la explotación de empleadores abusivos que les retienen pagos, violan sus derechos y no les proporcionan condiciones seguras de trabajo.
“Por supuesto, no es el paraíso”, dijo Infantino. "Por supuesto que aún queda trabajo por hacer, pero debemos seguir aquí. Debemos trabajar juntos, fomentar el cambio, porque no todo el mundo quiere un cambio, ni siquiera en Qatar o en el Golfo. Pero los líderes quieren cambio”.
La presión de los grupos de derechos humanos ha producido mejoras en las condiciones a un ritmo impensable antes del Mundial, como la introducción del salario mínimo o el desmantelamiento del sistema “kafala” que vinculaba a los trabajadores a su empleador.
Para Infantino, la FIFA y Qatar, la misión sigue siendo convencer a los escépticos. “Todo el mundo es bienvenido aquí en Qatar, incluso si hablamos de (la comunidad) LFBTQ+", dijo Infantino.
“Cuando oigo a alguien decir ‘bueno, un país árabe no se merece organizar un Mundial porque no tiene historia de futbol’, o alguna tontería así con la que discrepo totalmente, porque todo el mundo se merece tener el Mundial”, agregó.