Javier Hernández habla con solidez sobre la grandeza de Chivas, sobre su propia carrera y el valor que debe dársele a las cosas. En sus palabras no hay dudas, su discurso es convincente para el chivahermano que lo escucha con la devoción que un feligrés oye a su predicador.
“Partirse la madre, ser la mejor versión de uno mismo”, sin pensar o dirigir las fuerzas en ser el mejor, es la mentalidad del mexicano que se fue del Rebaño para jugar con equipos top del mundo.
La duda no está siquiera si su carrera fue exitosa, porque lo fue, puso el nombre de México en alto en las mejores Ligas y con la Selección. La duda hoy es si ese Javier podrá ser el hombre que los seguidores tapatíos esperan que sea en el terreno de juego o sólo vendrá al vestidor de Guadalajara a fungir como un líder motivador de un equipo que necesita empezar a creérsela.
Desde el sábado pasado, cuando CH14 arribó a su tierra, un vendaval de emociones lo acompañaron, lo vimos llorar e ilusionarse, dormir con la playera de Chivas “porque está hoy no me la quito”, comprometido con la causa.
Pero ¿es eso lo que necesita el equipo, discursos sin un fondo que lo respalden? Javier no podrá jugar hasta finales de febrero o marzo -la lesión que tuvo en la rodilla así lo dictamina-, el torneo regular termina a finales de marzo, así que las oportunidades de pesar y ser un diferenciador serán pocas.
Esopo, un fabulista griego antes de Cristo, dijo sabiamente “las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada”.
Por el bien del futbol mexicano, del de Chivas y del propio Chicharito espero que sus palabras vayan precedidas de hechos y no estemos viendo sólo a un evangelizador que habla sobre una tierra prometida donde Chivas brillará y será ganador.
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