¿De qué huye México? ¿De la altitud? ¿De la presión? ¿De la responsabilidad? O tal vez… ¿de sus propios fantasmas? Pero hay otra pregunta mucho más interesante en el tema: ¿cuál es el miedo de dejar el Estadio Azteca?
La primera comparecencia en casa en el Hexagonal Final de la Concacaf parece encontrar ciertas dudas y también ciertos temores. El primero de ellos, exhibido quizás a partir de la decisión de dejar el moderno y aclamado Centro de Alto Rendimiento de la FMF para buscar el cálido clima del vecino estado de Morelos.
La justificación: que según un estudio o una interpretación, la altitud de la Ciudad de México, que por muchos años era utilizada como un arma eficiente ante los rivales futbolísticos, se ha convertido ahora en un enemigo del propio futbolista mexicano, que procede de Europa y que no está acostumbrado a jugar bajo estas condiciones geográficas.
Si ése es el caso, no entiendo por qué la FMF no tomó, entonces, una decisión más radical y también más inteligente: sacar, de una vez, el partido del Estadio Azteca y llevárselo a Guadalajara o a Monterrey, donde las condiciones de la altitud no afectarían a los jugadores que proceden de los clubes europeos. ¿Por qué una decisión a medias? ¿Por qué no adoptarla de forma completa si en realidad estás convencido de que la Ciudad de México ha dejado de ser un aliado del equipo nacional?
Todo se envuelve alrededor de una pregunta: ¿Cuál es el miedo de dejar el Azteca? Y la respuesta se dirige directamente al ineludible tema de los intereses comerciales que siempre tiene el futbol mexicano. Y no es que se genere más dinero en la capital que en otras ciudades. La entrada por taquilla puede ser mejor vendida en Monterrey, por ejemplo, y el tema de la televisión da lo mismo, porque, finalmente, serán los mismos —las televisoras abiertas— los que saquen provecho de la situación.
Entonces, vuelvo a preguntar: ¿cuál es el miedo de dejar el Estadio Azteca? Yo creo que es un asunto de interpretaciones y, en una época en la que el grupo o los grupos que manejan a la Selección Mexicana atraviesan por dificultades económicas y por la creciente necesidad de abrir, de transparentar y repartir más el negocio que significa la Selección, el mensaje es directo: el Tricolor se queda en mi casa, bajo mi propiedad y mi tutela.
No hay que olvidar tampoco otros focos que han aparecido en las últimas apariciones de la Selección en el estadio del Barrio de Santa Úrsula. Presión, abucheos y hasta el muy advertido y penalizado grito homofóbico cada vez que el portero visitante despeja la pelota. ¿No era el momento de buscar otra sede? ¿Qué esperan? ¿Una sanción de FIFA que realmente afecte deportiva y económicamente a la Selección?
Las mejores selecciones del mundo, las grandes potencias del futbol —Alemania, España, Francia, Italia, Argentina, Brasil— juegan indistintamente en diversas sedes y lo hacen siempre con la categoría de su futbol.
México parece amarrado de por vida al Estadio Azteca y no sólo eso, a lo que significa el Estadio Azteca: la propiedad intelectual, deportiva y económica de una selección. Ahora, si usted me dice que México ha sido campeón del mundo en ese estadio y que nadie ha sido capaz de quitarle autoridad y nivel futbolístico, entonces me callo la boca y seguimos ahí. La realidad es otra.
Las contradicciones mexicanas de la Fecha FIFA: entrenamos en Morelos porque le tememos a la altura, pero jugamos en el Azteca porque ‘el dueño’ del balón así lo ordena.